Para subsistir en medio de lo más extremo y tenebroso de la realidad, las obras de arte que no quieran venderse como consuelo, tienen que igualarse a esa realidad. Arte radical significa hoy tanto como arte tenebroso, arte cuyo color fundamental es el negro. Mucho de la producción contemporánea se descalifica por no tomar nota de ello, alegrándose infantilmente con colores. El ideal de lo negro es en su contenido uno de los más poderosos impulsos de la abstracción. Tal vez los jugueteos tonales y coloristas sean realmente la reacción ante el empobrecimiento que este ideal lleva consigo; tal vez el arte pueda llegar a dejar sin efecto esa prohibición sin traicionarse, tal como Brecht pudo haberlo sentido cuando escribió estos versos: “Qué tiempos son estos, donde / hablar de los árboles es casi delito / porque ello es callar muchos horrores!”.[15] El arte denuncia la pobreza superflua haciéndose voluntariamente pobre, pero también denuncia el ascetismo y no puede aceptarlo sin más como norma propia. En el empobrecimiento de los medios, propio del ideal de lo negro (incluso del de la objetividad), también empobrece lo poético, lo pictórico, lo musical; las artes más progresistas lo inervan hasta el borde del silencio. Naturalmente que solo al ingenuo le parece posible que el mundo, que según el verso de Baudelaire[16] ha perdido su aroma y sus colores, los recupere gracias al arte. Esto sacude además la posibilidad misma del arte, sin dejarle hundir del todo sin embargo. Por cierto, ya en el romanticismo temprano un artista como Schubert, luego tan aprovechado por la afirmatividad, se preguntaba si existe en definitiva una música alegre. La injusticia que comete todo arte placentero, especialmente el de puro entretenimiento, es a los muertos, al dolor acumulado y sin palabra. Sin embargo, el arte de lo negro tiene rasgos que, si fueran su resultado final, confirmarían la desesperación histórica; en tanto que pueden ser diferentes, también pueden ser efímeros. El postulado de la oscuridad, tal como los surrealistas lo elevaron a programa en el humor negro, es difamado como perversión por el hedonismo estético que ha sobrevivido a las catástrofes: que los momentos más tenebrosos del arte deben proporcionar placer coincide con que el arte y una recta conciencia de su felicidad es lo único que tiene capacidad de resistencia. Esta Felicidad resplandece en la manifestación sensible. En las buenas obras de arte, su espíritu se comunica aun en los rasgos más débiles, y por así decir las salva sensorialmente, desde Baudelaire lo tenebroso, como antítesis del engaño, sacude sensorialmente la fachada de la cultura. Hay más placer en la disonancia que en la consonancia: esto permite pagar al hedonismo con su misma moneda. Lo cortante, agudizado dinámicamente y diferenciado en sí mismo y de la univocidad de lo afirmativo, se convierte en estímulo; y este estímulo, casi tanto como el horror ante la estupidez afirmativa, es quien conduce el arte nuevo a una tierra de nadie, sucedáneo de una tierra habitable. En el Pierrot Lunaire de Schönberg, donde se unen en forma cristalina esencia imaginaria y totalidad de la disonancia, se ha realizado por primera vez este aspecto de lo moderno. La negación puede convertirse en placer, no en positividad.
15 Bertolt BRECHT, Gesammelte Werke, Frankfurt a. M. 1967, vol. 9, p. 723 («An die Nachgeborenen»).
16 Cf. Charles BAUDELAIRE, Oeuvres complètes, de. Le Dantec-Pichois, Paris 1961, p. 72: «Le Printemps adorable ha perdu son odeur!».
Theodor W. ADORNO: Teoría estética (1970) - Edición de trabajo (http://mateucabot.net) Versión 0.4 15/12/09 - 07:45:40