Introducción al Epílogo
Por Felipe Rodríguez Gómez
Pocos logros humanos han excitado tanto la imaginación como el del fuego. Su conquista significa el símbolo del combate espectacular que el hombre de las cavernas libró con los elementos.
André Leroi-Gourhan
Cada hombre es lo que hace con lo que hicieron de él.
Jean-Paul Sartre
Durante mi encierro obligado a causa de la pandemia por covid-19, tuve la intuición de no escribir un prólogo(1) para esta edición de la revista. Imaginé que el prólogo debía ser una imagen. Una que nos permitiera atravesar gran parte de nuestra historia, dirigiéndonos hacia múltiples concepciones del presente y, sobre todo, permitiéndonos participar en la definición y escritura del pasado. A pesar de que el rumbo actual del mundo depende en parte de la imposición de una narrativa llena de imprecisiones, la historia definitiva del ser humano solo podrá determinarse en el momento en que nuestra existencia se detenga por completo.
Durante el invierno del 2016 me encontraba en Japón, gracias a la ayuda de Paradise Air, realizando un proyecto en el que planteaba una ciudad sin humanos. Realicé un cortometraje que tenía como premisa registrar en Matsudo (una ciudad dormitorio cercana a Tokio, con una densidad de 8.100 personas por km2) un panorama sin vida humana, transitado principalmente por animales, enmarcados dentro de un perímetro urbano adornado con letreros, esculturas y monumentos de animales. Me atraía la idea de documentar un territorio omitiendo a sus habitantes humanos; la imagen del mundo sin humanos visibles y protagónicos, sobrepuesta a todo aquello que se oculta de nuestra presencia.
Matsudo hacía posible esta simulación, pues las características de ciudad dormitorio permitían documentar los espacios urbanos como abandonados cuando la mayoría salía a trabajar rumbo a Tokio; esto permitía destacar otras formas de vida, ya que esa abnegación al trabajo era como si se tradujera en muerte; en la desaparición de la forma humana, en la evaporación de sus características primordiales.
Posteriormente, en el 2020, encerrado, empecé a coleccionar recortes de noticias en las que se narraba cómo los animales se tomaban las calles y los alrededores en los solitarios espacios públicos de las ciudades; zorros, venados y hasta delfines se podían ver desde alguno hogares. Al igual que en el cortometraje realizado en 2016 en Matsudo, el mundo de los humanos en el año 2020 se encontraba ausente en el paisaje. El miedo a la muerte, que habíamos relegado únicamente para sentir entre humanos, se expandía a una forma microscópica de vida; por primera vez en mucho tiempo, sentimos la libertad de no tener un control mecánico del mundo. Esta libertad, que se presentó inesperadamente, nos aterró, contrayendonos aún más. En la oscuridad de un cuarto, a través de una rendija que dejaba pasar la luz, corroboramos que lo último que queríamos era ser libres, y en cambio, nuestra imposibilidad de imaginar en la oscuridad, de atravesarla, hacía de este encierro un monstruo incuestionable, un vacío interior. Y es que, como entregados a un impulso animista, deificamos al virus, sometiéndonos a su propio deseo, nuestra ausencia en el mundo. En Cambio, el virus nunca le temió a la muerte.
Escribir este epílogo se me presentó como la posibilidad y, además, la forma correcta de insertar un marcador histórico, un pasado en potencia, que puede tomar forma y fuerza mientras intento consignar, con algunos gestos, mi vida cotidiana durante los últimos años en Colombia. Asumiendo que tendré poco éxito, sé que esta necesidad parte de intentar conocer un pasado lejano que se destruyó y rediseñó como herramienta de control. En medio de tantos pronósticos y positivismos, simultáneamente, quiero evitar imaginar un futuro posible. Proponer un porvenir, incluso apocalíptico, es un acto irresponsable, pues no requiere comprometerse con nada, solo emula el intercambio más precario, el de los políticos en campaña con sus electores, promesas que se aceptan con una resignación encubierta de una falsa ingenuidad. Todo futuro o pronóstico de lo que podría acontecer, está cimentado en las estructuras que ya conocemos, esas que delimitan tanto el pasado como el presente; en esa medida cualquier predicción de un futuro, desde la posición en la que nos encontramos, solo puede conducirnos a repetir lo mismo de siempre. Ese pasado que ha estado determinado por la violencia a través de instituciones como El Estado, La Iglesia, El Ejército, La Policía, La Familia y La Educación, se hace problemático en sí mismo, incluso para aquellos que se enmarcaron convenientemente dentro de la narrativa occidental dominante. Los frutos de enmarcarse en dichas narrativas y apostarles a sus posibles futuros, no excluyen a nadie de la posibilidad de habitar intereses externos, nociones erróneas y, por consiguiente, una vida de dependencia absoluta. Siendo así ¿Cuál es la línea que separa la identidad de la ideología? Si estas se sobreponen obligatoriamente ¿Sería posible encarnar algún nivel de autonomía en este mundo?
Durante la pandemia, viví cuatro meses confinado desde que Claudia López, la alcaldesa de Bogotá, decretó la cuarentena obligatoria (en realidad, fue un toque de queda que enmascaraba una gran desazón social). En esos momentos se me hizo recurrente una pregunta: ¿qué constituye un hogar? Pensé en los cuatro elementos. Se me vino a la mente la imagen de los primeros seres humanos que controlaron el fuego para darle uso, me preguntaba cuánto control de estos elementos tenemos ahora, qué tan importantes son y cómo están distribuidos en los hogares. A diferencia de otros tiempos, ahora no tenemos ningún control frente a las condiciones más básicas de nuestra existencia, si no una dependencia; el acceso a el fuego y el agua se reflejan mensualmente en forma de factura, aunque todavía se ausentan con cierta frecuencia en la mayoría del país. La tierra, ya sea alquilada o propia, constituye también un contrato, ya sea en forma de renta mensual o de declaración de renta anual, como tributo al Estado.
Nos hemos hecho cada vez más cómodos y mediocres, condenados así a ser dependientes e indefensos. Paradójicamente, tal estado de indefensión es más que todo frente a otros humanos. Paradójicamente también, erigimos las instituciones. Las creamos, concidero, inicialmente con el fin de articular las dinámicas y necesidades sociales para potenciarlas mediante la cooperación. Sin embargo, desde el comienzo todas las instituciones nos fallaron y especialmente la de El Estado. Instituciones que, con el tiempo, lo único que han conseguido es separar a las personas y apropiarse de su vitalidad, lo cual ha hecho posible que un grupo reducido de individuos se beneficien de los múltiples procesos sociales y colectivos que nos conforman, a pesar de que cada día sea más evidente que fue la cooperación la que nos permitió sobrevivir como especie, en un mundo donde comenzamos con inmensas desventajas. Hemos transitado de lo colectivo a lo individual. Pasamos de tribus y clanes a familias, y ahora a individuos solitarios que interactúan por medio de pantallas.
Las instituciones son lugares donde no se puede estar mucho tiempo. Me gustaría poder decir que son “no lugares” y que, como tales, no pueden ser habitados; lo que transcurre allí es la muerte. Hay quienes justifican su accionar afirmando que se puede entrar y salir de las instituciones, sin embargo, cada vez que uno entra y sale de ellas algo significativo se pierde, lo que me hace intuir que podemos prescindir de ellas y del Estado. Por otro lado, quienes nunca salen de las instituciones jamás tendrá que confrontar el mundo del que tanto se habla. Al ser engranajes de un sistema de control que solo le interesa la producción, su destino está conjurado. Observo que, direccionar el futuro de las personas es el camino más práctico para controlar a alguien, ya que genera una falsa sensación de libertad y despoja al individuo de cualquier reflejo de oposición o rebeldía. Este adoctrinamiento es posible con mayor facilidad cuando un individuo no tiene pasado. Cuando no se cuenta con la historia propia, uno se convierte en un útil(2), en mano de obra, en una herramienta o en un arma en potencia. Por ejemplo, los perros: aquellos que pastorean, esos falderos que acompañan, los guardianes que cuidan y atacan, o los antidrogas que detectan. Como la totalidad de los canes que trabajan, trabajan y trabajan, por una aprobación afectuosa, tras la que se encuentra su dependiente subsistencia. Sin embargo, también hay perros de la calle, que pese a tener el mismo origen que todos los demás perros, no se pliegan por una u otra razón a estas conductas; puede ser el azar, ya que en un mundo cada vez más “bueno” tal vez existan cada vez menos perros callejeros.
En este punto, Siento como algo vital, extirpar de nuestro corazón cierta predis posición servil y autodestructiva que nos ha legado la fatalidad de formarnos para engranar en un sistema que poco tiene que ver con nuestra naturaleza humana; la cual, al establecer una única forma de ver el mundo, una antropocéntrica, impide que nos sintamos parte de un sistema natural más amplio. Sería urgente, intentar superar las múltiples inseguridades y los traumas arraigados al nivel de nuestra idiosincrasia, esos que aquí, tanto detonan en violencia. Una violencia sistémica y cotidiana, expresada en constantes actitudes pasivo-agresivas, unos dolores persistentes pero sedados, que hacen inconsciente cierto temor a uno mismo, cualquier miedo a lo desconocido, etc. Finalmente, condicionándonos a la impotencia previsible de un odio inconfesable. Intentar salir de todo esto, significaría renunciar a las certezas, así sean mínimas; a las agremiaciones institucionales, que son intermediarios; renunciar al aislamiento, que es un estado de vulnerabilidad e indefensión. Implicaría reclamar la calle, el campo, la noche y el día; el tejido social, la calidad de vida; significaría reivindicar la autonomía, el conocimiento y la valentía. Es la posibilidad de atribuirse la propia vida.
“El carácter destructivo solo conoce una consigna: hacer sitio; solo una actividad: despejar... El carácter destructivo es joven y alegre. Porque destruir rejuvenece, ya que aparta del camino las huellas de nuestra edad, y alegra, puesto que para el que destruye dar de lado significa una reducción perfecta, una erradicación incluso de la situación en que se encuentra... El carácter destructivo trabaja siempre fresco. Es la naturaleza la que, al menos indirectamente, le prescribe el ritmo: porque tiene que tomarle la delantera. De lo contrario, será ella la que emprenda la destrucción... Al carácter destructivo no le ronda ninguna imagen. Tiene pocas necesidades y la mínima sería saber qué es lo que va a ocupar el lugar de lo destruido. De pronto, por lo menos por un instante, el espacio vacío, el sitio donde estuvo la cosa que ha vivido el sacrificio. Enseguida habrá alguien que lo necesite, sin ocuparlo”(3).
Hacer sitio, para nosotros, fue un estallido. Uno que ahora mismo, a principios del 2023, se difumina entre nuestros miedos, que siempre buscan una figura paterna. Un dios, un amo o un Estado. La posibilidad de volver a encontrarnos recae en ocupar el espacio que hemos despejado, para conjurar espacios de encuentro y colaboración. Hoy, me preocupa nuestra falta de imaginación, resultado de una dependencia generalizada. Nuestra soledad que en realidad es individualismo capitalista, siempre nos lleva a reconstruir el mismo mundo, uno donde no caben otros mundos.
Cuando pensé en escribir Bienvenidos a Marte, sabía que no podía hacerlo solo. Debido a que reconocía que no había sobrevivido solo al confinamiento, así como tampoco había sobrevivido solo a nacer y crecer en una ciudad como esta. Poder vivir cuando la mayoría a duras penas sobrevive, ha requerido de una estructura relacional y periférica que procura por la autonomía del individuo: Zonas Temporalmente Autónomas (TAZ ); espacios contingentes de posibilidad, que resisten desde su carácter intermitente, impidiendo así que el sistema los absorba extinguiéndolos. Paradójicamente,su itinerancia y fragilidad, siendo sus únicas defensas, ponen a la vez en riesgo la continuidad, la autosostenibilidad y la vida misma, en el tránsito que lleva de una zona a otra. El mundo es muy pequeño para todos y sin embargo afortunadamente es infinito. Quienes me han acompañado o se han atravesado fugaz pero significativamente, han permitido, al establecer sus propias formas, negociar encuentros y conjurar el mundo a la medida de cada cual.
Es más, Si tuviera que definir está revista, la definiría como una zona temporalmente autónoma. Y en esa dirección a finales de 2021, le pedí a Jorge Sarmiento que escribiéramos juntos el siguiente epílogo. Teniendo en cuenta la relación que hemos creado desde el arte en un sentido amplio; a partir de la intersección de nuestras perspectivas de Bogotá, la ciudad desde donde escribimos y nos conocimos por primera vez. Con él coincidimos por primera vez en la Mesa de Espacios Autogestionados, un contexto que se preguntaba por su diversidad, sostenibilidad y autonomía. Una década más tarde y después de habernos reencontrado, ya no en el centro si no en la periferia del medio artístico local, pasada una sindemia global, varios estallidos sociales, prolongadas cuarentenas obligadas, el devenir virtual como la alternativa de encuentro, el deterioro generalizado de la salud mental, una guerra de repercusiones globales, el colapso de la economía, una escasez de alimentos, la decadencia de todas las instituciones estatales, etc. Creo que seguimos preguntándonos lo mismo que hace 10 años: la autonomía y sostenibilidad del arte.
Pregunta que vuelve, no por las nuevas condiciones postpandémicas del mundo, si no porque aún no llegamos a responderla. Y es que Colombia siempre ha sido un territorio represivo, carente de garantías para las artes y en general, para cualquier forma de autogobierno. Ya me queda más claro que por lo general, la gente se agrupa alrededor de los recursos públicos y los poderes políticos, no para generar procesos sociales o fortalecerlos, sino para todo lo contrario, establecer mafias que garanticen el acceso frecuente a estos esquivos recursos económicos. La impotencia que genera vivir en un contexto tan desigual y precario, lleva a la mayoría a desear el poder de quienes lo ostentan y resignarse a conseguirlo, a cambio de dejar de lado la aparatosa tarea de cualquier trasformación social. Mientras un gran grupo de personas, utiliza el arte para tararear convenientemente las consignas de los gobiernos de turno. Empeñados en que el arte sea un trabajo remunerado más.
Nosotros, habitamos las grietas, procurando resistir a cualquiera de tantos tipos de instrumentalización. Personalmente, ya asumiendo cómo hecatombe, el devenir colectivo más probable; pienso preocupado, tal como lo advirtió Walter Benjamin que: “La catástrofe es que todo siga igual”. Iniciamos la pandemia anhelando con fervor el regreso de “lo normal”, ignorando el daño que nos hace tal forma de sobrevivencia. Actualmente, todo es más igual que antes; quienes tanto anhelaban volver a la normalidad, ¡parecen más normales que nunca! Hoy, veo que al no existir algún marco de referencia estable para valorar los acontecimientos, se corre el riesgo de desescalar la gravedad del pasado y por supuesto acrecentando toda incertidumbre del futuro.
Por nuestra parte, durante la pandemia mantuvimos con Jorge una correspondencia periódica que ahora veo como un archivo personal que nos permite comprender un periodo que de otra forma sería muy difícil de encarar. Parte de lo que hablamos y escribimos durante estos últimos años está acá consignado. Tales discusiones, lograron transformarse en proyectos que materializamos y que a pesar de la diversidad de los contextos donde se insertaron, implicaron un cuestionamiento coyuntural más amplio; el afuera y el adentro, lo individual y lo colectivo, la dependencia y la autodeterminación, el miedo, y la posibilidad de enfrentarlo. La mirada psicogeográfica de Jorge se hace fundamental en tiempos como estos ya que exige a travesar la ciudad, habitarla, para él hay que ser testigo del carácter de la ciudad y sus acontecimientos, no es suficiente teorizar desde la comodidad de un recinto cerrado, a través de la ventana o de una pantalla: “No fueron los académicos, no fueron los roedores de bibliotecas, los que incendiaron con su doctrina al mundo.” Esta fue una cita de Jorge Eliecer Gaitán que encontramos en el proceso de ZOOMbombing. Una intervención artística callejera que hicimos el 9 de abril y el primero de mayo del 2021, en medio de todas las restricciones del momento contra el espacio público; cuestionando la reducción de sí mismo a la virtualidad social de las plataformas de videochat que marcaron una época de pandemia imponiéndose como la única posibilidad de encuentro en términos de educación virtual, teletrabajo y todo tipo de reunión. Y es que en presenciar los acontecimientos, más que su transmisión, está la posibilidad de intervenirlos. Es difícil condensar y exponer la importancias que tuvieron en mi nuestras conversaciones e intercambios. Con claridad puedo decir que me salvaron la vida varias veces. Y sobre todo me permitieron entender con mayor precisión que había resistido a esta ciudad a este país únicamente gracias al arte.
La vitalidad y la vida son dos cosas distintas (como siempre lo ha resaltado Jorge): la una remite a la voluntad y la otra es, simplemente, una cualidad que posibilita la primera. Lo mismo pasa con autónomo y automático: son dos cosas diferentes. Lo que prosigue, es un esfuerzo por contrarrestar el deslumbramiento y aislamiento que el mundo ejerce sobre nosotros impidiéndonos contemplar cómo se desvanece.
ZoomBombing (2021).
Felipe Rodríguez & Jorge Sarmiento.
1- Instalación de aviso de logotipo de ZOOM al lado de aviso Marca Ciudad Bogotá.
Abril 9, 2021.
2-Transmisión en vivo de la quema del mismo logotipo de ZOOM a través de su plataforma de streaming. Mayo 1, 2021.
Por Jorge Sarmiento
Una totalmente incuestionable declaratoria de pandemia con su concatenación de subsiguientes cuarentenas, bastó para que esa multiplicidad de dinámicas creadoras del espacio público, tan primordial e insustituible de las calles, fueran significativamente desactivadas; con todo y las diversas posibilidades, habidas y por haber, para participar en la propia configuración de este como el lugar común fundamental, antes inalienable, bajo el entendido del mismo principio que incluso le da su denominación de público. Demostrando que tras una elevada planeación de la contingencia precisa y ya a partir de esta “nueva normalidad”, tales potencialidades pueden ser casi totalmente negadas; por supuesto, incluyendo las ostensibles particularidades de cualquier expresión artística.
Para tal momento, todo aquello me fue particularmente sensible, ya que desde siempre este ha sido mi principal lugar de exposición; antes de galerías comerciales, museos anquilosados o espacios culturales pretendidamente alternativos, estatales, muy privados, e incluso propios. Siendo por ello, prácticamente imposible, no tomarme 230 personal la imposición de semejantes obstáculos intramurales en medio de algo tan elemental como el ver y ser visto. No obstante, mi notoria reactividad. De tal manera como ante cierta censura directa, podría llegar a subirse aquél tono acallado, por ejemplo; yendo en contravía de alguna orden injusta de desalojo; o aceptando la posibilidad de escapar a una condena carcelaria injusta. Como creo que los son, todas las penas privativas de la libertad.
Dado el caso excepcional que, tras asumir las atribuciones ejercidas desde el arte contemporáneo, me vi interfiriendo un contexto conservadoramente prohibitivo, ¡por tratar de mantenerme ejerciendo ciertos derechos básicos, logrados tiempo atrás en luchas históricas, pero recientemente vulnerados por el inaudito retroceso a una medida del siglo XIII, como la cuarentena! Teniendo que sortear así cierta recurrencia a un territorio público celado, al trazar a lo largo y ancho de sus contravías, una sostenida posición de resistencia a un nivel personal pero particularmente colectivo, o si se le quiere definir así, de desobediencia civil a escala individual, más sin embargo, en medio de las turbas; desde el 21 de junio del 2020, hasta la fecha. Comenzando, entre otras intervenciones, por #CovidM19 y siguiendo con EL N.N., Anti Social Distance Social Club, O.B.D.C., Anarcocapitalismos, AbCABc, ZOOMbombing1, alCAIde Claudia1, VillaNos2, #SosColonia, EVOL is in the air1, Batjoker, Soy Joven ACAB, Derechos Virales, Ojo por #OjoConEl22, oDIOS Y PATRIArcado,Colomucranbia, Lugar Común 1, ¿Qué haría si fuera presidente?1, E-14, HOSPITAL PARAMILITAR DIEGO MOLANO1, Estatuas Humanas, "Todx no hombre blanco es unx artistx"1, All Deaths Matter, 0.0?, Volcán Monserrate1, etc. 3.
Y todo, a pesar de las restricciones estatales, públicas, privadas, sociales, familiares; e incluso, después de una lamentable atomización, debido a estas mismas excusas, por parte del grupo con el que venía explorando colectivamente posibilidades artísticas en las protestas callejeras, y de protestar en uso de una semántica artística, siguiendo las marchas del mentado Paro Nacional, tras un encuentro que convocamos a finales de noviembre del 2019, desde Espacio ArtVersus, conjuntamente con Julián Santana, quien luego de este proceso continuaría como MA.S.A. (Manifestación Social Audiovisual), etc. Cabe decir que en consecuencia, durante la grave desocupación del espacio público, como demostración de un poder de ocupación gubernamental, esperaba mucho más de artistas en estado de protesta, volcados a lo público y preocupados por los asuntos sociales, al verlos tan irremediablemente reducidos a escenas domésticas de las melodramáticas tramas familiares del “Quédate En Casa”. Mismas que tampoco podría dejar de mencionar, en el desenlace de la cesación de actividades de nuestro espacio de taller, con la ocupación indiscutible por parte de mi compañero artístico allí, como su lugar de residencia, a partir de este periodo. Mientras que el mío, al ser un típico sitio pequeño en el centro de la ciudad y enclaustrado entre las contraluces de impositivas torres de nuevos edificios; se sumó a las presiones que empujaron mi proyección hacia el afuera, en favor de la autonomía, en un ejercicio a cielo abierto de mi propia labor artística.
Si bien, nunca antes he vivido tanto las calles como en el periodo del confinamiento obligatorio, no puedo dejar de anotar aquí los momentos de mayor desolación durante un aislamiento generalizado que por lo mismo e inicialmente, también tuve que atravesar por el encierro de los demás. El primer recuerdo, es el de ese encuentro forzoso, durante aquella soledad desértica que hizo preguntarme si ¡acaso sería imposible estar conmigo mismo! Y es que no es raro que el alejamiento de los otros, nos pase casi luctuosamente a nosotros los huérfanos. Ahí fue cuando mi mente por sí sola dio luz a la imagen, nunca antes más nítida, de mi propio suicidio, visión que aún así, nació realmente muerta, ya conociendo ese particular aprecio por sí mismo que en mi caso reside en lo artístico. Y sin embargo, no pude evitar ser poseído, como muchos, por ese espíritu de aquella época que fue la ¡depresión!, para la que según dicen, no hay mejor tratamiento que el de mantenerse activo y ¿acaso algo para activar más que ese activismo del reciente Paro Nacional, tan pasmado por aquel entonces pandémico? Así, en medio de los peligros mortales (biológicos o biopolíticos) de tal resistencia, me encontré con la paradoja que no hay sensación de vitalidad como la de poner en riesgo la propia vida. Siendo una suerte de terapia de reanimación que de una forma u otra necesitaba, no solo por la propia y generalizada crisis depresiva, también e incluso desde antes como una manera de advertir que las rutinas cotidianas puede llegar a inducir una muerte en vida.
Finalmente, termino diciendo que con estas reflexiones asumo la presente oportunidad para comenzar a hacer memoria de unas posiciones tan particulares, como considerables, ante un periodo histórico ciertamente excepcional; y el cierre de un ciclo definitivo para lo que seremos. Que muy afortunadamente se da en un espacio abierto por quien al principio de toda esta nada, en uno de todos los peores instantes de las abisales incertidumbres pandemónicas, y antes de tener que dejarme solo, al encuentro de su propia sombra, hundiéndose pesadamente en las profundidades de sí mismo, cobró un último aliento para lanzar en mi dirección, ese auténtico salvavidas del alentarme a responder ante semejantes crisis: artísticamente.
En nombre de tal epifanía que me inspiró en medio de una necrópolis a resistir desde la propia existencia. Agradezco a él, quien como director de CARMA, alcanzó además a trazar un cruce del espacio-tiempo para descubrir aquí las pistas de aterrizaje a una dimensión interior, mediante esta bitácora de vuelo hacia el valor del afuera. Respondiéndonos: ¿Qué haríamos si no tuvieramos miedo? Porque también es de admirar, la fuerza que tuvo para finalmente salir a flote en altamar, y la emotiva fortuna de reencontrarnos en la conclusión del urgente aprendizaje de diferenciar entre un sobrevivir y el vivir realmente.
Suciedad anónima
Sobre ‘LIMPIEZA SOCIAL’ de Felipe Rodríguez
Por Jorge Sarmiento
El documento titulado “25”, que expone las cifras de desigualdad a nivel mundial, mostró con preocupación la brecha entre los multimillonarios y los más pobres del país, pues indican que los 4 hombres más ricos de Colombia, suman los recursos de los 25,5 millones más pobres. Este reporte entregado por la ONG Oxfam Internacional reveló que, en América Latina, los súper ricos crecieron su fortuna en promedio del 21%, esto entre marzo del 2020 y noviembre del 2022, esto representa un crecimiento cinco veces más rápido que el Producto Interno Bruto de la región. En Colombia las 4 personas más ricas del país son: Luis Carlos Sarmiento, con un patrimonio de 9,9 mil millones de dólares. David Vélez, con un patrimonio de 6,5 mil millones de dólares. Jaime Gilinski Bacal, con un patrimonio de 4,2 mil millones de dólares. Beatriz Dávila de Santo Domingo, con un patrimonio de 3,5 mil millones de dólares. (1)
Después de todo, y nada menos que de la reciente pandemia, ¿aún hoy debería tomarnos por sorpresa que, como crisis generalizada, y sin embargo cernida desde las alturas características de una sociedad tan vertiginosamente vertical como la nuestra, resultara, por decirlo de alguna manera, mucho menos generalizada para algunos que para los otros...? ¡Aquellos que, según se afirma por debajo, y de facto, por encima de todas las más amplias mesas, están de más!
Algo más que evidente cuando se reportó que el mayor índice de contagios por covid-19, en una población diferenciada, fue en los “sin techo”, haciendo del dichoso “Quédate en casa” un lema realmente desventurado, o si se quiere cínico, e incluso cruel contra tantos trabajadores callejeros, los muchos informales, o la mayoría de estos, que normalmente es población flotante, cuyo “rebusque” está lejos de sus hogares, en casas que, si se les puede llamar así, no llegan a ser ni remotamente propias y cuya permanencia personal allí, en muchos casos, depende literalmente de salir a producir, diariamente y durante todo el día, para alcanzar a tener dónde dormir, noche a noche.
Se concluye así que el confinamiento, como la medida más extendida a lo largo del contagio, fue mortalmente discriminatoria desde un principio, hasta el punto de que, efectivamente, quienes corrieron con más riesgo de muerte por coronavirus fueron los económicamente más vulnerables y definitivamente dependientes de salir a trabajar. Y eso por no hablar de quienes normalmente no tienen cómo, ni dónde, resguardarse.
En consecuencia, por todas estas razones generales, y más aún, por las particulares, pude encontrar una analogía tan mordaz como acertada entre la práctica de alguna limpieza social y aquellas medidas estatales que, justificadas en su declaratoria de emergencia sanitaria, resultaron una cura peor que la enfermedad misma, como reza aquel dicho popular, al devenir en unas crisis humanas, hasta donde alcancé a divisar, más graves que la crisis humanitaria declarada para el momento, o la del virus, per se. Y es que también puedo asegurarlo, como alguien que se volcó a las calles durante tal periodo, como nunca y como nadie, saliendo desde el centro de la ciudad, y atravesando así, en tantas ocasiones, tales realidades en el camino hacia las periferias. Por otro lado, pero precisamente yendo de manera consecuente de lo general finalmente a lo particular, es inevitable también preguntarse por ese lugar de enunciación que como punto de partida es el uno mismo, el quién lo dice. Seguramente todavía está por resolverse, como la pregunta sobre qué tiene que ver una “limpieza social” con todos o, más precisamente, con cada uno, siendo lo más impactante del mensaje y ya después de recuperarse de ese primer golpe visual, que es como un insulto. Considero que lo que tiene de efectivo el tapete es un despliegue de autocríticas personales y sociales de fondo, pero que se desarrollan como cuestionamientos internos del espectador. Creo que, al final, el tapete lo que hace es ofrecer esa mirada de la conciencia sistémica, según la cual en cierta medida todos somos efectivamente responsables de esta sociedad/suciedad.
A principios del año 2021, la Jurisdicción Especial de Paz, JEP, presentó un informe basado en el cruce de versiones entregadas por militares, datos de la fiscalía y otras instituciones gubernamentales e informaciones de organizaciones sociales. Según las cuales no fueron 2.248 las bajas de ‘falsos positivos’, si no que se habrían dejado 6.402 víctimas mortales. Sin embargo, según Jacqueline Castillo la directora general del Colectivo MAFAPO (Madres de Falsos Positivos), declaró en el mismo informe periodístico citado: “con seguridad podemos decir que son más de 10.000 casos de ejecuciones extrajudiciales en Colombia.”
Con el aumento en cifras oficiales de los falsos positivos, también queda mucho más claro que tal práctica fue una forma de limpieza social porque “son por lo menos diez los perfiles de las víctimas de las ejecuciones extrajudiciales según el documento. De acuerdo con las versiones de los militares las víctimas eran: indígenas, personas indocumentadas, menores de edad, personas con precariedad económica como habitantes de calle, vendedores ambulantes o recicladores, también personas en condición de discapacidad, miembros de la comunidad LGBTI, personas con antecedentes, señalados de pertenecer a un grupo guerrillero o miliciano, presuntos integrantes de las autodefensas y desmovilizados de algún grupo armado ilegal. (...) Personas que no tuvieran muy buena imagen, ladrones (. . .) o con “mal comportamiento” como alguien que lo hubieran “encontrado fumando marihuana“ u otras drogas ilegales, y “personas en estado de indefensión luego de ser retenidas” que “no tenían arraigo familiar y en algunos casos, no tenían denuncias de su desaparición.(2)
Tierra
Por Felipe Rodríguez
Así pues, en tiempos de la alquimia, las metáforas son solidarias de las transmutaciones. Una experiencia psicológica redobla la experiencia alquímica. El pensamiento alquímico nos demuestra la reversibilidad de las metáforas. El vino blanco es oro potable. El vino tinto es una sangre. No se trata ya de imágenes, se trata de experiencias cósmicas (3).
There is a happy land, far, far away. – Hymn (4).
Bienvenidos a Marte, el Dios de la guerra y la agricultura. Mientras Elon Musk planea escapar del pandemónium que se nos avecina construyendo una ciudad en un planeta que en su punto más cercano se encuentra a 54,6 millones de kilómetros de distancia, Colombia ya es Marte. Aunque las cifras de muertos en Colombia siempre han sido alarmantes, solo hasta que llegó la pandemia esto empezó a preocupar a la mayoría. El Estado, los medios de comunicación y gran parte de la población asumieron el estado de las cosas con tanta seriedad que decidieron implementar muchas más medidas de acción que en otras situaciones.
Los rituales de limpieza y distanciamiento social, que cobraron popularidad en el inicio de la pandemia y que se aceptaron con resignación dogmática, incluían varios objetos, entre estos líquidos antibacterianos, termómetros infrarrojos, tapabocas y tapetes desinfectantes. Dichos objetos sentaban un nuevo precedente, una barrera entre uno y los otros, una distancia que se extendía incluso hasta los más cercanos. Las instituciones del Estado habían tomado la decisión de lavar los pies de sus fieles. La acción de desinfectar el cuerpo y los propios zapatos del contacto con los otros, con lo social, presuponía ver a los demás y todo con lo que interactuaban como un peligro latente, significó conjurar el hogar definitivamente como un espacio no social y delegar la totalidad de la voluntad individual y la libertad para agruparse en manos del Estado. Mucho tiempo después del comienzo de la pandemia por covid-19, nos enteramos de que algunos de estos procedimientos de “seguridad” resultaron ser inefectivos y se establecieron como herramientas de seguridad biológica sin ningún sustento.
En el caso específico de los tapetes desinfectantes, inicialmente se promocionaron como una medida fundamental para que el covid-19 no entrara a los hogares ni a recintos cerrados. En muchos casos, se tomaron como referencia estudios previos a la aparición del virus, en los que se investigaba sobre el potencial de transmisión de patógenos a través de las suelas de los zapatos; no obstante, cualquier afirmación parecía apresurada, ya que no se conocían las características específicas del virus en ese momento, sumado esto a la amplitud del término patógeno, que incluye no solo a los virus sino también bacterias y hongos, entre otros agentes infecciosos.
Sin embargo, esto no fue ningún impedimento para que algunas instituciones del Estado y sus funcionarios promovieran como verdad algo que hasta ese momento era solo una intuición. Únicamente hasta hace poco se estableció que el virus no puede permanecer mucho tiempo en superficies, ni tampoco realizar copias de sí mismo en ellas; por tal razón, es poco probable que permanezca en la suela de los zapatos. Pese a que la medida actualmente ha caducado, lo que se hace asombroso es la búsqueda constante por una sensación de seguridad, búsqueda que a toda costa se torna en una actividad autodestructiva, ya que la sensación de seguridad no es la seguridad en sí misma; la búsqueda de seguridad elude, a toda costa, la pregunta sobre la existencia. Creamos fetiches con los que realizamos rituales de protección, los cuales nos distraen de nuestro único desenlace posible.
Hasta se podría indicar cuál es esta meta final de todo bregar orgánico. Contradiría la naturaleza conservadora de las pulsiones el que la meta de la vida fuera un estado nunca alcanzado antes. Ha de ser más bien un estado antiguo, inicial, que lo vivo abandonó una vez y al que aspira a regresar por todos los rodeos de la evolución. Si nos es lícito admitir como experiencia sin excepciones que todo lo vivo muere, regresa a lo inorgánico, por razones internas, no podemos decir otra cosa que esto: “La meta de toda vida es la muerte”, y, retrospectivamente: “Lo inanimado estuvo ahí antes que lo vivo”(5).
Limpieza Social / Social Cleansing (Tapete desinfectante / Disinfection Mat). Bogotá 2021.
Felipe Rodríguez Gómez.
La compulsión por estar vivo reduce la vitalidad. Puesto que la muerte es inevitable, escapar de ella es tan fútil como desgastante. El acto de limpiarse, limpiar al otro, desinfectarse desgastaba lentamente los propios deseos, entrando en un estado constante de supervivencia para nunca más alcanzar vivir. Y, sin embargo, en paralelo con los muertos vivientes de los hogares de clase media, en los barrios más periféricos de la ciudad, un sinnúmero de personas que algunos llaman zombis, indigentes, estaban más vivos que nunca, escapando a diario a la muerte, evitando ser limpiados del mapa, esquivando las arbitrariedades de una sociedad a la que pertenecen pero que los siente prescindibles.
La “limpieza social” es un procedimiento violento y sistemático de asesinatos selectivos y masacres de líderes sociales, opositores, personas en condiciones de vulnerabilidad, prostitutas, homosexuales, drogadictos, entre otros. La palabra es un eufemismo, que busca justificar una visión fascista y represivadentrodel territorio, generando un relativo nivel de aceptación por un amplio sector de la población colombiana. “Limpieza social”, como término, se acuñó por primera vez en Pereira a finales de la década de los setenta, pero se estableció en el lenguaje cotidiano colombiano en los años ochenta y noventa, con el surgimiento de los grupos paramilitares creados a partir de las cooperativas de vigilancia propuestas por el entonces presidente de la república, César Gaviria(6), y lo implementaron en profundidad su ministro de Defensa, Rafael Pardo Rueda, y el entonces gobernador de Antioquia, Álvaro Uribe Vélez(7). El gobierno siguiente, de Ernesto Samper Pizano(8), por intermedio de su ministro de Defensa, Fernando Botero Zea(9), hijo del pintor Fernando Botero10 y la coleccionista de arte y agente cultural Gloria Zea(11), decidió reglamentar e institucionalizar definitivamente estos grupos paramilitares como unas cooperativas de vigilancia denominadas Convivir.
En el proyecto “Limpieza social” se proponen un diálogo y un cuestionamiento directo entre el adentro y el afuera en la Colombia acomodada, que se hizo más evidente desde el inicio de las cuarentenas obligatorias en el país.
Tapete “welcome” al lado de tapete “limpieza social”. Bogotá, 2021.
La inserción de los tapetes que remplazan la palabra “Bienvenidos” —muchas veces escrita en inglés “Welcome”— por “Limpieza social” en las entradas de los hogares de clase media de las capitales, especialmente de Bogotá, interviene en la rutina cotidiana de vecinos, aseadoras, conserjes y miembros de la seguridad privada de dichas residencias, rutina que tiene como premisas la corrección política, las jerarquías de poder y el desconocimiento de las condiciones de vida de sus empleados. Esta evasión de la realidad ayuda a mantener una especie de burbuja, que impone la premisa de no pensar en lo que pasa afuera.
Algunas personas que adquirieron el tapete decidieron, finalmente, retirarlo de la entrada al percibir una tensión con sus vecinos. Tensiones en los pasillos, en zonas comunes, e incluso incómodos silencios y miradas pasivo-agresivas en el eterno ascensor que conduce a la salida del edificio para ir al trabajo.
Mi relación más directa con el tapete se dio en dos momentos y lugares distintos. La segunda parte de la pandemia, hacia el final de la cuarentena obligatoria, la viví en mi apartamento de entonces, en un conjunto residencial ubicado en la zona oriental de Chapinero.
El conjunto se llama Kandinsky. A primera vista, su nombre podría parecer una arbitrariedad que se intenta enmascarar con reproducciones de mala calidad del artista que cuelgan de las paredes en las zonas comunes del conjunto. Sin embargo, esta decisión responde al claro entendimiento que la constructora tiene de la clase media colombiana, de su arribismo y sus inseguridades. La constructora confiere nombres de artistas a una gran cantidad de las unidades de vivienda que construye en Bogotá, tales como Picasso, Cassatt, Rossetti, Klimt y Picabia. Históricamente, el arte ha servido como un mecanismo legitimador del ascenso socioeconómico de las personas en el país, y más allá de la aproximación a su contenido crítico, se ha vuelto una herramienta de diferenciación social.
Inserción de “Limpieza Social” en viviendas bogotanas.
La experiencia que propone un complejo de viviendas como estas es la del adentro radical,
la del mantenimiento que oculta las huellas del tiempo, la de la evasión de los contextos
de las personas que trabajan en la seguridad y el mantenimiento de estos conjuntos, la del desentendimiento de lo que pasa afuera. De la casa al trabajo, del trabajo a la casa, de la casa al bar o al restaurante, de domicilio en domicilio, de lugar privado en lugar privado, la clase media se va alejando de la realidad que habita en el espacio público, fantaseando y presumiendo con la percepción de capacidad adquisitiva que le da el crédito.
En este contexto fue donde inicialmente inserté el tapete, en frente de mi puerta, generando incomodidad entre los apartamentos vecinos, pero nunca hablando del tema como si fuera un tabú: incomodidad cuando teníamos que compartir el ascensor, incomodidad cuando nos encontrábamos en el shut de la basura, incomodidad cuando venían visitas a verlos, incomodidad cuando debían recibir un domicilio. A esto se sumaban el impacto frente a las personas que trabajaban dentro del conjunto, así como la mirada firme y desconfiada del personal de seguridad cuando subían a notificar algo. También paradójica y tautológicamente, quienes se relacionaron más directamente con el tapete fueron las personas del personal de aseo del edificio. En cada nivel de cada torre del conjunto, las aseadoras, más de una vez por semana, retiran los tapetes que se encuentran frente a las puertas de los apartamentos, para posteriormente lavar las baldosas del piso, y cuando estas se secan, vuelven a ubicar los tapetes en frente de cada puerta.
En la pandemia, una de las aseadoras, durante más de un año, siempre invertía la dirección del tapete de “Limpieza social” ubicado en frente de mi puerta para que lo leyera quien saliera del apartamento y no quien entrara a él, como yo había establecido, pero yo, de igual manera, al ver el tapete invertido le cambiaba la dirección. Esta acción, que inicialmente me pareció involuntaria, al reiterarse en el tiempo, al resistirse cada semana, configuraba una discusión entre la aseadora y yo, una que simultáneamente evadía tocar el tema de forma verbal.
La incomodidad que percibía en los demás era la mía propia. Vale la pena aclarar que, Cuando pensé en la idea del tapete no estaba viviendo en ese conjunto, estaba viviendo donde mis padres. En mi apartamento estaban haciendo unas reparaciones que tomarían dos semanas, cuando de repente se instauró la cuarentena obligatoria, por lo que el apartamento quedó desocupado y en obra. Durante cuatro meses, los obreros no pudieron trabajar ni yo adecuar el lugar para vivir en él. Lo que empezó siendo una corta estadía, se terminó alargando por varios meses. Debido a esto, mi primera parte de la pandemia tenía más restricciones que la segunda; debía acatar las reglas de una casa en la que había vivido antes y a la que ya no estaba acostumbrado. La fortuna de ser acogido con cariño en un momento de encierro como este se sobreponía a lo que implicaba volver a vivir con la familia, sumado esto a una idea recurrente: pensaba con miedo en que si salía y contraía el virus podría matarlos a todos.
En la casa compartíamos más que todo los miedos que recibíamos de nuestro único contacto con el afuera: los medios de comunicación. Nos acoplábamos fácilmente a las directrices institucionales, sin cuestionarlas, legitimándolas y empoderándolas. La rutina cotidiana se transformó paulatinamente en protocolos de bio12seguridad, los cuales a su vez contenían el espíritu de todas las instituciones disciplinarias. La acción repetitiva de desinfectar los zapatos marcaba en la pared una raya de las veces que tenía contacto con el afuera. Salía a ver la luz casi con ese único propósito. Debido a las restricciones autoritarias del gobierno, las personas podían salir a proveerse de alimentos y cosas para el aseo diario según el número de su documento de identificación. Nunca ha existido una gran diferencia
entre el número de identificación de un civil y el número de identificación de un preso. Baudrillard decía que “las prisiones existen para ocultar que es todo lo social, en su banal omnipresencia, lo que es carcelario”13, y la pandemia por covid-19 sí que pudo desenmascarar lo restringidos que nos encontramos dentro de la sociedad. A decir verdad, en Bogotá nunca se ha podido salir a la calle con libertad, además de que se recomienda no hacerlo; antes del covid, la gente salía a diario, esquivando la multiplicidad de peligros y cohesiones sociales, habitando por lo general zonas muy específicas y espacios cerrados. Una ciudad tan agreste hizo posible con relativa facilidad que más de uno se sumiera en el encierro. Vale la pena aclarar que la percepción de la pandemia en Colombia variaba por estratos, clases sociales y tipos de trabajos: formales, informales, ambulantes, etc. Por ejemplo, la percepción de un oficinista clase media con un trabajo estable, que pudo continuar laborando virtualmente, no se transformó en gran medida, debido principalmente al estilo de vida que le impone su trabajo, el cual hace que la mayor parte del tiempo se encuentre en espacios privados. La pandemia simplemente simplificó el encierro habitual, optimizando la productividad en el trabajo hecho desde la casa y facilitando la adquisición de alimentos a domicilio desde aplicaciones móviles. Dentro de este contenedor que es la clase media colombiana, condenados al encierro perpetuo y los sistemas de vigilancia14, es muy fácil abstraerse del afuera y descartar lo público. Hacer el tapete fue una de las pocas cosas que me permitieron volver a salir. Pienso que inicialmente el tapete fue para mí, más que para cualquier otra persona, una especie de portal; ese umbral entre la casa y la calle, ese gesto que me ayudó a superar los miedos, las excusas, las dependencias, los sofismas, las depresiones que buscaban que nunca más volviera a salir, que nunca más pudiera ser el mismo. Por suerte, pude escapar de esa pulsión autodestructiva y tendenciosa que buscaba que “me reinventara” y dejara de ser yo, para convertirme en una persona promedio con una vida promedio. A
mi pesar, muy pocos contaron con mi suerte. La nueva normalidad, más normal que nunca, había llegado para quedarse.
El tapete es una línea en el suelo, es la distancia imposible de recortar con el universo del otro, es un encuentro irrealizable. La posibilidad mágica de lo imposible en el momento más inviable. Pienso en Kandinsky15 (el artista):
“Cada fenómeno puede ser experimentado de
dos modos. Estos dos modos no son arbitrarios, sino ligados al fenómeno y determinados por la naturaleza del mismo o por dos de sus propiedades: exterioridad - interioridad. La calle puede ser observada a través del cristal de una ventana, de modo que sus ruidos nos lleguen amortiguados, los movimientos se vuelvan fantasmales y toda ella, pese a la transparencia del vidrio rígido y frío, aparezca como un ser latente, «del otro lado». O se puede abrir la puerta: se sale del aislamiento, se profundiza en el «ser –de– afuera», se toma parte y sus pulsaciones son vividas con sentido pleno. En su permanente cambio, los 246 tonos y velocidades de los ruidos envuelven al hombre, ascienden vertiginosamente y caen de pronto paralizados.”16
Se me hacía monstruoso concebir el afuera a través de una ventana. Es paradójico, pero más que nunca en ese momento de la historia de Colombia era perturbador percibir la realidad amortiguada por el cristal de una ventana o a través de los medios de comunicación. El encierro ha sido el máximo nivel de abstracción al que he llegado. Para salir de esto, se requirió un gesto: transitar del punto a la línea, de la línea al plano, del plano a la tercera dimensión, de la dimensión espacial a la dimensión social. Esto me recordaba que apenas hacía unos meses estaba en las calles la mayor parte del tiempo y que desde la cuarentena obligatoria ya no estaba en ninguna parte: ni en lo mío, ni en lo individual, ni en lo colectivo. Algunos meses atrás, durante el estallido social, las calles se habían convertido en un espacio de encuentro, en una evidencia clara de que el sistema social y político es insuficiente para garantizar la coexistencia de la diversidad y las libertades de los individuos que la conforman. Un sistema que ha reducido el espacio habitable de la gente y, por consiguiente, ha reducido también los encuentros entre personas y la posibilidad de apoyo mutuo17, es un sistema fallido. Bueno, por lo menos desde una perspectiva social. La pandemia fue la excusa perfecta para acelerar estos procesos de individualización, donde la gente solo se conecta para producir.
Se ve, por todo lo que precede, que la guerra de todos contra cada uno no es, de ningún modo, la ley dominante de la naturaleza. La ayuda mutua es una ley de la naturaleza tanto como la guerra mutua y esta ley se hace para nosotros más exigente cuando observamos algunas otras asociaciones de aves y observamos la vida social de los mamíferos.18
Quedaba claro que el sistema, como se ha concebido, establece patrones de comportamiento que conducen a la reducción de todas las diferencias e identidades, al igual que a su reconocimiento, haciendo muy difícil agruparse y cooperar. Debido a que es fácil confundir la igualdad con la equidad y los cambios con simples variaciones binarias, el ejercicio del poder puede cambiar de actores, pero las estructuras sociales de control se mantienen intactas. Sin autonomía, el ciudadano promedio, desprovisto de cualquier tipo de autosostenibilidad, de soberanía, independientemente de su orientación ideológica, está a voluntad de su amo: el Estado.
¿Qué pasa cuando el hogar se entiende como una trinchera desde la cual se puede contemplar el mundo?
Me gustaba salir a la medianoche y tirarme en un parque cercano en medio de la oscuridad, sobre todo porque en algunos lugares como este ya ni siquiera se preocupaban por encender el alumbrados en las noches. El afuera era invisible para quienes estaban adentro. Excusados en la pandemia, la casa por cárcel se había extendido a gran parte de la población. En contraposición, afuera, en las calles de las capitales del país, los grupos ilegales se disputaban el control del microtráfico, la policía perseguía a los indigentes19 para desalojarlos de las calles vacías y se extralimitaba con los ciudadanos que se resistían al encierro. En los territorios rurales la deforestación aumentaba, los carteles mexicanos y colombianos se disputaban el control de territorios que antes les pertenecían a las FARC, aumentando significativamente los desplazamientos forzados y las masacres. En toda Colombia, había asesinatos sistemáticos bajo la bandera de la “limpieza social”, perverso eufemismo que en el fondo ha sido una tapadera del narcotráfico, el despojo de tierras y el desplazamiento forzado.
Panfleto de las Águilas Negras difundido en varios momentos y localidades de Bogotá.
El narcotráfico y el desplazamiento a la fuerza, además de tener puntos comunes o ser parte regularmente de los mismos actores, mecanismos e intereses, están relacionados con el control del territorio. Es ingenuo pensar que quienes desplazan al campesinado de sus tierras con el fin de usarlas para la ganadería extensiva, el cultivo de caña de azúcar o la producción de pasta base de coca entre otras, sean distintos o no tengan relación con todos los actores armados que se sostienen del tráfico de estupefacientes. Se pueden encontrar vínculos entre quienes acumulan la tierra y quienes hacen uso de la violencia para la colonización de territorios, es decir, alianzas entre grupos armados ilegales (sostenidos primordialmente por el tráfico de drogas), narcotraficantes y grandes terratenientes. Es entonces posible pensar que el deterioro del campo y la agricultura en Colombia, la violencia y la difícil subsistencia, más allá de ser el resultado de un Estado indolente, codicioso y mediocre, resulta de una estrategia calculada, que orquesta condiciones muy específicas, las cuales le permiten controlar el territorio, estabilizar la producción de cocaína y garantizar su impunidad. No por nada, Colombia es el mayor productor de cocaína del mundo. En este punto de la historia, no es posible hacer una diferenciación entre Estado, narcos y grupos armados.
(Abro paréntesis)
El tapete “Limpieza social” está hecho de petróleo (oro negro). Recuerda la perfección del césped de una cancha de fútbol, que debe parecer un tapete o serlo, como lo es la cancha sintética. El terreno de juego ha de estar delimitado por rayas blancas perfectas, límites que se pueden atravesar; hace converger dentro y fuera de él todas las formas de oro y todas las formas de mierda. En Colombia, el fútbol20 es muy importante, y como todo lo que es importante en este país, le pertenece al narcotráfico. Aunque no se le puede comparar con el fanatismo que se experimenta en Argentina o en Brasil, el pobre balompié nacional, constituido de pequeñas hazañas que no alcanzan a formar parte de la historia relevante del fútbol mundial, es la piedra angular de la opaca y ausente identidad colombiana. El 3 de abril de 1999, la estrella del Liverpool FC, Robbie Fowler21, celebró el segundo gol de su equipo en contra del Everton esnifando una de las líneas blancas que demarcan el campo de juego como si se tratara de una línea de cocaína. La celebración le costó al jugador una multa de 32.000 libras esterlinas, cuatro partidos
de suspensión y una disculpa pública que se excusaba en la presión que los hinchas del Everton venían ejerciendo sobre el jugador. La indignación global, como es habitual frente a un evento como este, no se hizo esperar e incluso le costó al jugador la Bota de Oro esa temporada. Los medios de comunicación de todo el mundo reprobaron lo ocurrido, al tiempo que los directivos del fútbol inglés buscaban un castigo ejemplarizante que les permitiera desligarse de una de las celebraciones más polémicas en la historia del balompié.
Captura de pantalla de la busqueda de imagenes de google “Robbie Fowler cocaine celebration”
Captura de pantalla de la busqueda de imagenes de google “Robbie Fowler cocaine celebration”
Más allá de los motivos iniciales del jugador inglés, el gesto exponía uno de los fantasmas más latentes del fútbol profesional: el narcotráfico. Solo que ahora la polémica celebración era reconocida intuitivamente por todo el mundo. Para finales de los años noventa, la cocaína había dejado de ser una droga exclusiva de las clases altas y las estrellas de Hollywood, y si bien todavía se la continúa asociando a estas élites, hoy en día, al igual que la Coca-Cola, la cocaína ya le pertenece a la cultura popular.
(Cierro paréntesis)
For the importance of this paper is the discussion of the practical question: Should drugs be accessible to the public? ...But I believe that in the matter of legislation America is proceeding in the main upon a totally false theory. I believe that constructive morality is better than repression. I believe than democracy more than other form of government, should trust the people, as it specifically pretends to do. 22
En el 2022 tuve la oportunidad de ir a San José del Guaviare, un municipio al que antes no se podía acceder debido al conflicto armado. En concreto, quería ver las pinturas rupestres de Cerro Azul, un lugar relativamente nuevo y desconocido para la mayoría de los colombianos. A pesar de mi interés en este lugar, sus cargas políticas no podían evitar traerme a la mente la imagen de los titulares de los noticieros que veía en la década de los noventa, cuando era un adolescente.
Pese a que el turismo ecológico es uno de los mecanismos con los que se busca reivindicar este territorio y los procesos de reincorporación que alberga, cualquier tipo de turismo como dispositivo de acceso y reivindicación tiende a evadir el aura de los lugares al idealizarlos, haciendo que los vestigios de lo sucedido tiendan a desaparecer con el tiempo. En medio de los malabares que hace el turismo, sobre todo el que es ecológico y socialmente comprometido, me encontré con el siguiente relato de un exproductor de base de coca, el cual puede ayudar a delinear de una manera más concisa la estructura del narcoestado23 colombiano y su interrelación con varios sectores productivos. La hipocresía e impotencia de un Estado cómplice y de sus instituciones llenan de vigencia la pregunta de si en verdad es necesario un Estado:
“Esta guadaña, que era la original, la propia, la prendíamos y con ella picábamos la coca lo más posible. Cuando ya estaba bien finita, picábamos de seis a siete arrobas, aproximadamente. Eso es
lo que más o menos manejábamos. Eran cerca de 75 u 80 kilos, es decir, alrededor de siete arrobas. Picábamos las siete arrobas acá donde ustedes están parados, recogíamos la coca y la tirábamos encima de un plástico. Cuando ya estaba la hoja encima del plástico, comenzábamos a echarle el primer químico: cemento de construcción. Ojalá que fuera Argos. Así, Argos también se beneficiaba. Ahí es donde vuelvo a preguntarme: ¿por qué el Estado no restringió esto? ¿Por qué? Realmente, usted no se puede imaginar cuánto cemento llegó al departamento, pues eran miles de bultos, remiles. Y no había ni una construcción nueva. Ni el gobernador ni el alcalde pensaron en ayudar al campesino y construir un techo, o algo parecido. Todos estamos llamados a eso. Para todos había un poquito. Retomando el tema de la coca, a esas siete arrobas les echábamos catorce libras de cemento; se lo espolvoreábamos a la hoja durante diez o quince minutos, y si podíamos, nos protegíamos con botas de caucho. Teníamos el reloj en la mano o lo colgábamos de una puntilla. Era por horarios, lo más rápido que se podía.Después de los quince minutos, cogíamos unos veinte litros de agua limpia y les inyectábamos otros dos químicos: soda cáustica (es el mismo Diablo Rojo) y sulfato de amonio. Yo llegué a pensar que el sulfato de amonio lo hacían acá en Colombia, pero en realidad lo fabrican en Ucrania; esto significa que Ucrania se beneficiaba también de todo esto. Ahora la cocaína debe estar cara en el mundo por la guerra en Ucrania. De este sulfato de amonio le echábamos de 150 a 200 gramos de soda cáustica. Y a este le echábamos lo mismo, es decir, kilo por arroba: catorce libras por las siete arrobas, al agua. Y la rociábamos con una regadera de echarle agua al jardín, la espolvoreábamos lo más que se podía y la movíamos. Para eso eran las botas de caucho, para protegernos los pies y cuidar de que no se nos pelaran. A los quince o veinte minuticos, la hojita cogía un color café. “Ya dio punto”, decía uno. Eso era muy rápido, pues a los diez minutos ya se veía cómo la hoja empezaba a coger el colorcito café.
Por otra parte, eso de estar en medio del conflicto, entre guerrilleros, paramilitares, policía y ejército, es toda una terapia. Usted no se podía salir para ningún lado porque lo podían mandar para tierra adentro. Nunca me gustaron las armas. A mí me cogió el ejército para prestar servicio militar, pero no quise ir; mejor dicho, no me fui. Después vinieron los de las FARC y me echaron el cuento, no una sino dos veces, y tampoco me fui. No me gustó esa recocha. En el proceso recogíamos las hojas de coca y las echábamos a estos tambores, a los que previamente les hacíamos un huequito. Era el original. Poníamos un tapón debajo de esta varilla y montábamos esto. Recogíamos las hojas y las echábamos acá. Manejábamos una cantidad de hojas que nos demandaban unos quince o veinte tambores, porque si vamos a picar diez arrobas, nos comemos un tambor. Por eso les contaba a ustedes que manejábamos de seis a siete arrobas, que eran más o menos setenta kilos, para que me entiendan. Bueno, pues entonces recogíamos esas hojas, las echábamos acá, y cuando ya estaban
esas hojas puestas acá, les inyectábamos este otro químico, gasolina o ACPM.Les voy a contar una pequeña anécdota, en la que se puede apreciar que los campesinos siempre llevamos de arrume. Resulta que a mí no me gustaba trabajar con gasolina, porque se evapora muy rápido; yo compraba por poquito unos 60 galones, pero además de evaporarse no me alcanzaba, y tampoco me gustaba trabajar con ese ACPM amarillo, porque era muy espeso. Decidimos trabajar entonces con un ACPM que se llama JP, que solamente lo utiliza el Estado para tanquear los helicópteros; se lo robaban los condenados allá y nos lo enviaban acá a nosotros para que trabajáramos y después venían ellos mismo a meterle candela al laboratorio. Esa era la dinámica. Había unos intermediarios de la policía24, y si yo necesitaba veinte tambores de JP, aquí nos llegaban. Uno los llamaba y les decía: “Necesito JP”, y ellos solo preguntaban: “¿Cuántos tambores le llevo?”. El JP era muy bueno, pero costoso. Un tamborado de estos de 60 galones de JP podía valer más de un millón de pesos, mientras un tambor de gasolina normal no valía más de 600.000 pesos, aproximadamente. O sea, el precio era casi el doble, pero era mucho mejor el JP, porque la mercancía, la pasta de coca, salía bien purificada, blanquitica, mientras que con la gasolina salía más rojita, le ponía a uno más pereque. Era mejor porque si, por ejemplo, trabajábamos con gasolina 100 arrobas de hoja, con JP doblábamos la producción; era más costoso, pero mucho mejor.
¿Sí pilla la temática? Todos sabían. Eso me conmueve la mente hoy en día, que a uno lo metieron en esta recocha; ¿por qué no nos apoyaron en otro tema diferente, para que
no llegáramos hasta este punto? Vale la pena preguntar si algunas de las familias más poderosas del país, los políticos más reconocidos, los mandos militares o los presidentes, tuvieron algo que ver con todo esto. Gracias a Dios estamos en este ejercicio, para conocer toda esta historia, para que no nos consuma otra vez. Yo nunca llegué ni a armar un cigarrillo de base, nunca lo hice, pues qué iba yo a armar un cigarrillo de esos viendo todo lo que le estábamos poniendo adentro a la hoja. Nunca. Uno no puede ser desagradecido con la base, ya que nos estaba beneficiando, dándonos la comidita, y si acaso para una moto, y pare de contar.Hagamos de cuenta que aquí está el tambor; usted llegaba y echaba la gasolina a full. A los quince o veinte minutos sacaba una hojita del tambor acá y estaba como transparente. Cuando ya estaba bien transparente, decía uno: “Listo, ya dio punto”. Quitaba el taponcito y hacía como una especie de filtro. Toda la gasolina quedaba abajo y aquí quedaba la hoja también. La función de la gasolina era sacar el extracto de la hoja de coca. Una vez ya escurrida toda la gasolina en la parte de abajo con el extracto, cogíamos dos litros de agua limpia, puriticos, en un balde; eso teníamos cualquier cantidad de baldes. Dos litros bien medidos, y cogíamos y le inyectábamos el químico que considero letal; todos son letales, pero este siempre lo consideré más letal: el ácido sulfúrico. A los dos litros de agua le echábamos de 100 a 150 centímetros de ácido sulfúrico. Le echábamos los dos litros de agua abajo, a la gasolina. Después que revolvíamos esa gasolina, el ácido sulfúrico recogía ya el extracto; eso es a lo que nosotros llamábamos guarapear. Mucha gente tuvo accidentes en las manos, la vista, el cuello. . . Se quemaron con el ácido sulfúrico. Unos quince años atrás no existía esta vía, tocaba andar en bestia o a pie. No faltaba el que amarraba mal el galón a la bestia, y si este se soltaba tocaba sacrificar al animal. Automáticamente, como el agua es más pesada, ya quedaba coca líquida abajo, en el asiento del tambor. Cuando ya estaba la coca líquida, volvía uno y seguía reutilizando y reutilizando
esa gasolina. Yo sacaba los dos litros de agua y los ponía en una vasija, limpiecitos, sin nada de nata de gasolina ni nada, y después los echaba a unos galones especiales. Ahí le inyectábamos permanganato de potasio, que es un explosivo, luego le hacíamos la purificación y, al final, le inyectábamos amoniaco. Por último, poníamos el derivado y ya listo. Se comenzaba a tener la pasta base de la cocaína. El agua quedaba como amarilla, y cuando uno le ponía el amoniaco quedaba blanca, como lechosa; entonces se la pasaba a un balde, se la exprimía con un trapo y, finalmente, se la ponía al sol. Ya quedaba lista la pasta de coca.
En resumen, ¿de cuántos químicos estamos hablando? Cemento, soda cáustica, sulfato de amonio, gasolina, permanganato de potasio y amoniaco. ¿Ustedes llegaron a escuchar alguna vez que miembros de la Policía Antinarcóticos incautaron una cocina, un chongo y un cristalizadero? Eso era diferente, porque el negocio ya lo manejaban los grupos armados; los grandes narcotraficantes de ahí sacaban la cocaína. Nosotros solo producíamos la base de coca. Es decir, nosotros la vendíamos a los grupos armados así o a los que se encargaban de comercializarla, y ellos le hacían la transformación a la cocaína. Entonces, si en este punto hablamos de siete químicos, ya en los chongos o cristalizaderos les metían siete más para llegar a la cocaína.Con el proceso de paz, las FARC, los paramilitares, los narcos e incluso los militares fueron los beneficiados. Yo nunca he pertenecido a nada de eso. Bueno, nosotros como campesinos estábamos ahí, pero nunca nos tuvieron en cuenta ni nos dieron mayor protagonismo, con todo y que siempre estuvimos en medio de todos ellos. Gracias al proceso de paz es que ya no estamos en esto, pero no se nos ha tenido en cuenta lo suficiente ni se nos ha protegido. Por ejemplo, el tema del Programa Nacional de Sustitución de Cultivos de Uso Ilícito (Penis) era la restitución de cultivos ilícitos, por medio del cual venían unas ONG a este territorio a brindar ayuda, supuestamente. Usted debía firmar un compromiso con ellos. “Yo, _____, me comprometo a no utilizar ninguno de estos químicos”. Tenía que erradicar mi cultivo de coca, tomarle una foto, hacer unos videos, dejar una especie de constancia. Tenía, supuestamente, la ayuda de treinta y seis millones. Nos dieron doce millones para arrancar el proyecto. Mensualmente, nos dieron un millón. Después de ese primer año, llegó la ayuda mensual por millón setecientos mil pesos, pero ya no venía en dinero, sino representada en unos cerdos y en unas gallinas ponedoras. Nos dieron tres cerdos y cuatro bultos de Purina; cada cerdo valorado así, bebecito, de cuarenta días, valorado en unos cuatrocientos mil pesos, y yo, que tenía de los mismos animales, los vendía en cien mil pesos máximo. La corrupción. Y hasta ahí llegó el programa. Lo peor es que si usted no se metía en este cuento, lo amenazaban. Le decían a uno que no era obligatorio, pero en la reunión hacían énfasis en que el que no se metiera al programa le aplicaban extinción de dominio y de una para la universidad (para la cárcel) donde lo llegaran a pillar. Y por si fuera poco, hasta ahora no han cumplido totalmente nada de este tema. Por eso, en el 2017 dejé de producir y cultivar.
Una pregunta muy explícita: ¿quién les enseñó la receta de la pasta de coca? La historia reciente del departamento comenzó a surgir como en los años sesenta, cuando los primeros colonos que llegaron a este territorio empezaron a cultivar caucho. Cuando el caucho no les dio, ya comenzaron al tema del tigrilleo, campesinos que entraban armas para matar el tigre, el jaguar, el hermosillo, y luego sacar las pieles exportadas. Resulta que en esa exportación de las pieles vinieron los norteamericanos a cultivar marihuana y miraron que había coca como algo ancestral para los indígenas. Los norteamericanos fueron los que trajeron su recochita, pues ellos ya manejaban los conocimientos de aislamiento del alcaloide que los alemanes habían alcanzado a mediados de 1800. Un estadounidense fue el que nos trajo la fórmula, por allá en 1987; yo me acuerdo de que una sola persona era la que sabía toda esta química. Y a esa sola persona la tenían guardada y muy protegida: era don Malpajorro. Y cuando iban a hacer la química para sacar la pasta de coca, eso tocaba a escondidas para que ninguno fuera a mirar y pudiera aprender así. Y ya recuerdo que mi papá fue el primero que, por ahí ayudando, comenzó a mirar y luego a ensayar, a hacer pruebas, y cuando le pegó a eso fue que empezamos nosotros. Y después todo el mundo. Uno no era envidioso con ninguno. Al obrero que llegaba y decía que quería aprender, se le enseñaba, hasta el punto de que todo el que quería aprender a sacar la pasta de coca podía hacerlo.
En la década de los noventa, les vendíamos a unos que llamábamos los chichipatos; era gente de Pablo Escobar o de los Rodríguez Orejuela, no recuerdo bien. Tenían mucho dinero. Uno llegaba a negociar directamente con ellos acá en la finca. Eso fue hasta el año 2000, pues de ahí en adelante empezaron a comprarnos las FARC. Pero ellos ya no venían a la finca, sino que nos tocaba ir a buscarlos a unas cinco o seis horas de aquí para arriba. De repente, llegaban hoy y decían: “Mañana, seis de la tarde, nos vemos allí”. Y por ejemplo, si la pasta de coca la vendíamos por otro lado y se daban cuenta, nos mandaban para tierra adentro porque les estamos robando a ellos cosas. Y esa fue la relación que nosotros los campesinos tuvimos con las FARC: les llevábamos el producto, nos pagaban y pare de contar. En Colombia mucha gente cree que todos los que trabajábamos vendiéndole pasta a la guerrilla éramos guerrilleros, pero eso no es así; por lo menos acá, los que se involucraron con ellos ya murieron, los que se quedaron acá no. Les tocó irse o están en la guandoca.
Yo me metí en problemas con las FARC una vez por venderle a otra gente. Tenía mucha pasta base de coca y la guerrilla nada que compraba, y como yo les debía a los obreros, debía remesas y estaba sin un peso, pues le vendí a otra gente. Los guerrilleros me llegaron y de una vez me dijeron que ellos sabían que yo le había vendido base de coca a otra persona, y yo les contesté que me había tocado vender por física necesidad, pero que ahí tenía más. El man que mandaba me dijo: “Usted es un hijuetantas, usted es objetivo militar; me dan ganas de pegarle un balinazo, pero hoy me cogió de buena gente: solo le voy a cobrar una multa. La multa es de seis millones de pesos y tiene que pagarla en dos días. Sin embargo, le advierto una cosa: la próxima vez que lo veamos en esas lo barremos”.
Las FARC no entendían de las necesidades de uno. Ellos son como el gobierno, tienen normas y leyes, y si uno no las cumple hay consecuencias. Igual que con el Estado, son estructuras muy parecidas. Nosotros no le teníamos miedo al uniformado de las FARC, le teníamos miedo al miliciano. Era como la policía y la Sijín. Usted ve a un policía y sabe que es policía por su uniforme; en cambio, los de la Sijín se visten como civiles. Sucedía igual en el campo con las FARC. El miliciano era su vecino, podía ser su obrero. Uno tenía que jugarse el coco para no perder la salud. Esa era la lógica: cualquier muchacho podía ser miliciano. Una vez conocí la historia de un señor, un vecino, ya anciano, que vivía solo; no tenía ni mujer, ni hijos, ni nada, y resultó que este condenado era miliciano. Cuando los paracos se dieron cuenta, ahí mismo lo mataron; por eso nos enteramos.
Pintura Rupestre: Representación de una figura humana y manos.
Cerro Azul, San José del Guaviare, Meta. 2022
Como muchos ahora, siempre he pensado que legalizar las drogas sería el camino para solucionar de forma sensata el problema de la violencia colateral que genera la producción y trafico de cocaína en Colombia. Sin embargo, teniendo en cuenta los graves antecedentes legales del Estado colombiano, siendo atravesado a profundidad por el narcotráfico y la corrupción, es por lo menos cuestionables su eficacia, honradez e integridad; me parece preocupante el manejo institucional que se le puede dar a las drogas y a sus usuarios. Ya que el Estado ha encaminado su misión y visión hacia el apoyo y sostenimiento de intereses particulares por encima de los colectivos. Incluso poniendo en riesgo la vida de las personas de ser necesario con el único fin de mantener el estatus quo.
¿Qué va pasar en el país de la cocaína si continua esta tendencia a la baja de su rentabilidad, dada por ejemplo la sofisticación actual en la producción de drogas alternativas condicionando la demanda de las nuevas generaciones? Del campo a la ciudad y de la ciudad al campo. Desplazamientos infinitos a través de una cinta de Möbius. La transmutación de la materia requería la interconexión de la totalidad del sistema productivo. Una vez cumplido el sueño de transformar la mierda en oro, el espejismo debe volver a su forma habitual y atraparnos en un interminable trabajo de Sísifo, convertir eternamente la mierda en oro. La impotencia y la desesperanza de este bucle no surgen del esfuerzo de mover la fuerte piedra de producción del mundo, sino de corroborar, una vez terminada la hazaña, que nada se ha transformado en el mundo de los hombres.
En efecto, se ha argumentado –sobre todo por Sigmund Freud– que el oro es mierda, especialmente con referencia al oro ofrecido por el demonio que aparece en tantos relatos, colombianos y europeos, para ser enormemente autodestructivo. Los opuestos fascinan al mundo. La antropóloga y excajera de banco Saba Waheed me dice que las sustancias más comunes encontradas en los billetes de Estados Unidos son mierda y cocaína. Los opuestos fascinan al mundo. Pero este matrimonio de dinero con materia fecal y cocaína amenaza la oposición misma. Las dos caras de la moneda implosionan y quedamos con residuos exorbitantes, lanzados más allá de la forma. Así es el oro. Así es la cocaína. Materia fuera de lugar, feliz de solo ser, variantes del miasma de los pantanos; sin forma, pero contagiosa. ¿Por qué sin forma? Ricardo dice que las hojas fosilizadas que cubren al oro en sus arcaicos lechos de río están tan petrificadas que se vuelven polvo cuando se tocan 25.
Michael Taussig, en su libro Mi museo de la cocaína, describe una imagen aún recurrente en la capital del país, que puede contener nuestro panorama a lo largo del tiempo: la imagen del interior del Museo del Oro del Banco de la República, repleto de “residuos brillantes del tiempo antes del tiempo”. El museo, con sus “38.500 piezas de oro, es un ornamento, como el oro mismo, que añade dignidad y arte a la avara realidad del Banco”, la cual, sobrepuesta a la de sus alrededores, llenos de “tugurios por tres lados, mendigos y artistas callejeros en el parque de enfrente”, evidencia la cruda realidad del país.
En frente del museo, en la calle, indígenas en la indigencia venden ornamentos a los transeúntes, que, desprovistos de toda sensibilidad y un marco de referencia, no tienen las herramientas suficientes para reconocer a quien no se les parece o incluso preguntarse de dónde vienen estas personas o qué las trajo a la capital. La falta de sensibilidad se debe a que la estructura de la ciudad busca ser como una especie de anestesia frente a todas las realidades del país. La narcosis que les genera la ciudad a sus habitantes hace imposible diferenciar entre sueño y realidad, mapa o territorio, de la misma manera que es imposible diferenciar los límites entre fuerza pública, delincuencia común, política y narcotráfico en Bogotá.
“El Museo del Oro también calla el hecho de que si el oro determinó la economía política de la Colonia, es la cocaína ––o, mejor, su prohibición, impuesta por Estados Unidos–– la que da forma al país en la actualidad”26. La cocaína como anestesia local27 ya había fracasado en el siglo XX. Si pensamos en la cocaína como algo multiforme, si podemos ver y entender todas sus transmutaciones dentro de la sociedad y cómo configura al país, estar sedado o no sentir nada no solo es un fracaso sino también un estado alarmante de vulnerabilidad. ¿De dónde sale la plata en Colombia a pesar de tanta corrupción y desigualdad? ¿Será de la cocaína? ¿De dónde salen los desplazados que deambulan por las principales ciudades del país? ¿De dónde salen los presidentes electos?¿De dónde sale la plata que los policías usan para cuadrarse el salario? ¿Será de la cocaína? ¿Qué es lo que atrae cada día más a los turistas a visitar Colombia? ¿Será la cocaína? La cocaína da forma a todo lo que conocemos y deseamos; desafortunadamente, la cocaína no solo se consume inyectada o inhalada.
Bienvenidos a Bogotá. Volvamos a Bogotá porque acá inicia y termina todo. Los ríos de sangre del país desembocan en Bogotá, con la misma fuerza con que el río Bogotá impacta al río Magdalena. El cementerio Central esculpe entre sus tumbas el triunfo de la voluntad del poder hegemónico sobre los cuerpos de N.N. y líderes políticos asesinados. Esta ciudad encierra en su arquitectura a quienes, con la esperanza
de un posible ascenso económico, deciden habitarla. Entre las baldosas movedizas de los senderos peatonales y el humo de Transmilenio, condenados a sobrevivir, la mano de obra, el recurso humano, el “talento” humano, como se les llame, son despojados de todo tiempo libre, para luego ser direccionados diariamente a producir. La promesa de consumo es el incentivo perfecto dentro de este sistema de control que invita a posponer la vida misma. Vivir y sobrevivir son cosas distintas. Para la mayoría de los bogotanos, el miedo a la muerte es más fuerte que el deseo propio. No obstante, el miedo a la muerte es más destructivo que la muerte misma.
La historia de la pérdida del espacio público en Bogotá aún no se ha escrito. Sin embargo, quienes hemos vivido en la ciudad por varias décadas podemos dar cuenta de su paulatino deterioro. Nuestra despreocupada ausencia en el espacio público28 ha entregado la autonomía de la ciudad a fuerzas inescrupulosas (un híbrido de control conformado por policía, pandillas, narcotraficantes y empresarios), que hacen del afuera un esfuerzo. Lo que ofrece el Estado como estrategia de seguridad es no salir. Tomar un taxi o un bus en vez de caminar. Reunirse en un restaurante o un bar en vez de en la calle o en un parque. Y si algo le pasa, lo atracan, lo violan o lo matan, por no ir de lugar privado a lugar privado, el Estado, a través de la voz de la ciudadanía, le dirá que es su culpa por “dar papaya”, ya que la narrativa de privatización de todo espacio de encuentro forma parte del imaginario de los bogotanos desde 1998, cuando Enrique Peñalosa inició su rentable proceso de destrucción de la ciudad. En todo caso, la calidad de vida nunca ha sido buena en la ciudad, pero la situación ahora mismo es mucho más grave. Si estamos buscando una imagen que resuma el contexto bogotano, no tenemos que ir tan lejos y tan profundo;
tan solo en la superficie se encuentra visible la composición química de la estructura de poder de la ciudad. En frente de la residencia privada de la alcaldesa de Bogotá, Claudia López, situada en la localidad de Chapinero, se encuentra el parque de los Hippies, una plazoleta descuidada que alberga un CAI29 de la policía. Este parque de la ciudad es un lugar al que concurren personas dedicadas al microtráfico de drogas, que cuentan con la complicidad de la policía, hasta el punto de que la seguridad del sector mezcla la territorialidad de los expendedores con el poder y la institucionalidad de la policía, lo que hace de este lugar un espacio seguro para la adquisición de drogas que, paradójicamente, todavía siguen siendo ilegales en Colombia. A la situación del sector se agregan grafitis y murales que buscan enmascarar lo que sucede con sus jugueteos tonales30, imágenes cliché, mariposas amarillas y colibríes, forzando estéticas indigenistas, animalistas y de resistencia. Estos contratistas y cómplices del Estado, bajo la batuta del arte, lavan juiciosamente la imagen de quienes los gobiernan y los instrumentalizan. El accionar de estos “artistas-del-Estado” se puede comparar con la estrategia que ha utilizado el Distrito en los últimos años para ocultar la pobreza y los problemas sociales en los barrios marginales: pintarlos de colores para que se fundan con los cerros orientales. Como si todo aquello que no miramos a los ojos cesara de existir. Como quien esconde el polvo en el que se transforman los colombianos bajo el tapete. Pese a que nos negamos como sociedad a ver debajo del tapete, ahí mismo entre sus escombros, en su oscuridad aterradora, también se encuentra una llave.
Los bogotanos no tienen imaginación. Tienen miedo. La historia del miedo tampoco se ha escrito, aunque es la misma, y quienes vivimos acá nos enfrentamos todos los días a razones por las cuales no dan ganas de salir a la calle, como el clima, el transporte público, el aire contaminado, el otro (la muerte), la impotencia, Claudia López, Enrique Peñalosa, Antanas Mockus, Clara López, Gustavo Petro, el ESMAD, la policía, las bandas criminales, las Águilas Negras, César Gaviria, Ernesto Samper, Andrés Pastrana, Álvaro Uribe, Juan Manuel Santos, Iván Duque. . . Todas estas razones y más, cargan la sombra del narcotráfico a sus espaldas; mientras tanto, obligan a sus electores a que los carguen a la espalda, como los indígenas cargaban a los españoles.
Esta ciudad, que respira resentimiento desde hace 485 años, no da tregua. Y nadie habla de ella, nadie dice querer venir a ella, a esta tierra de todas las tierras, de todas las violencias, de todas las inseguridades, de la mendicidad, de las desconfianzas, de la demencia, de la mediocridad... A esta tierra, nadie quiere reconocerla como propia, pero tarde o temprano todos llegan acá, como usted, que llegó acá sin buscarlo. Habitar la ciudad esculpe una imagen en todos: la de los hogares bogotanos, la de los colegios, la de las iglesias, la de las universidades, la de los bares, las tiendas, los centros comerciales, los parqueaderos, los espacios de trabajo y consumo. Pero ninguna de la ciudad y sus flujos. La ciudad ya la habíamos perdido hace tiempo. Antes de la pandemia, los bogotanos ya estaban confinados a los espacios cerrados. Evadir
la pregunta por el afuera, por lo que pasa, solamente lo ha empeorado todo. Por eso es importante retratar las calles que nadie retrata(31), que nadie registra, que nadie recorre, que nadie quiere ni tiene permitido percibir. Una sensación de crimen perpetuo acompaña la vida en la ciudad, ya sea con un pedido de drogas alucinógenas a domicilio o un vecino bajo el efecto de las drogas amenazando con una pistola a los vecinos32, ya sea un policía violando a una mujer en una URI o torturando a un ciudadano hasta la muerte en un CAI, o incluso un alcalde exterminando a los indigentes de la ciudad para desarrollar su Plan de Ordenamiento Territorial. El miedo al igual que el narcotráfico tiene muchas formas. Y a pesar de esto, una vez superados los miedos (si fuera posible), salir, encontrarnos y reclamar el mal llamado espacio público puede ser la única herramienta de poder que nos queda para resignificar y apropiar el territorio. El apoyo mutuo puede ser la alternativa al sistema de las cosas que no solo se estanca sino que también se hunde.
América es un error, un error gigantesco
-Sigmund Freud
#CovidM19
por Jorge Sarmiento.
https://instagram.com/explore/tags/covidm19/ Jorge Sarmiento
Hoy, siguiendo el hashtag #CovidM19 en Instagram —red social a cuya politización me parece necesario aportar desde el perfil propio (lo personal es político y lo político es personal)—, se halla una considerable prueba artística de resistencia, consistente en salir a participar reiteradamente en manifestaciones callejeras que se dieron a lo largo del periodo de pandemia del año 2020 (17 veces en total, entre el 21 de junio y el 14 de septiembre), portando una subversión de la bandera del Movimiento 19 de Abril (M-19, con su nomenclatura cambiada por el mensaje: “¿Parásitos... gusanos? espere COVID-19”. En su momento, tal travesía fue registrada espontáneamente de manera amplia y difundida a lo largo de las redes sociales, encontrándose así más de 70 fotografías publicadas por terceros en sus perfiles, principalmente fotógrafos y reporteros independientes que rodean el contexto propio de las protestas.
También, llegando eventualmente a aparecer en grandes medios como El Espectador, La W, CityTV, Testigo Directo, Ruptly, DW, e incluso en un tweet de la alcaldesa Claudia López, y otro del movimiento del exmilitante del M-19, exalcalde de Bogotá, exsenador, y hoy presidente de Colombia, Gustavo Petro. Como anticipando la incursión del virus y sus consecuencias sociopolíticas, esa inscripción en tal bandera: “¿parásitos... gusanos? espere COVID-19”, fue inicialmente inspirada en la visión de algunos pensadores que muy tempranamente llegaron a sustentar cierta perspectiva optimista en medio de una tragedia como la pandemia, en tanto que históricamente, después de periodos críticos de represión gubernamental como las recientes medidas de cuarentena, subsecuentemente, y en dirección contraria, han surgido fuerzas civiles de resistencia e incluso emancipatorias, desarrollándose así procesos sociales reivindicativos de derechos vulnerados, con el pretexto de semejantes contingencias, avanzando de hecho, en luchas por derechos adicionales, cuya falta se hace más evidente en épocas como estas, cuando se agudizan todavía más las diversas necesidades, injusticias, abusos de poder e inequidades.
9. Covid_Villaluz_09_2020 por _alexasinomas.
Tanto así que, para no ir lejos con ejemplos de otros tiempos y contextos ajenos, hoy podemos mencionar cómo se han posicionado durante este periodo en Colombia causas como la seguridad alimentaria, matrícula cero, el internet gratis, la renta universal, o la reestructuración del ESMAD, la Policía Nacional, etc.
Así mismo, recuerdo que mientras marchaba en ese 2020 fui escuchando algunas voces presagiando ya más propiamente un Estallido Social, que aunque se fue dando en otros países, aquí parecía estar lejos de ocurrir. Más sin embargo, se dió tras los hechos del 9S y el 10S (incendio de unos 50 Comandos de Atención Inmediata, CAI), en una magnitud inesperada incluso para mí, que estuve haciendo alusión a tal posibilidad durante el transcurso de tres meses de insistentes protestas. Paralelamente también se presentaron durante el desarrollo de este proyecto #CovidM19, ciertas correspondencias históricas que enriquecen una lectura en el momento presente y su apreciación contextual. Comenzando con que precisamente en el 2020 se cumplieron 50 años de las elecciones presidenciales fraudulentas del 19 de abril de 1970, las que propiamente le dieron el nombre al M-19 (Movimiento 19 de Abril), coincidiendo con las denuncias de fraude vía financiación ilícita en los comicios que ganó Iván Duque, en detrimento de las posibilidades de representación democrática para alguien como Gustavo Petro, que precisamente llega a este punto tras las filas del mismo M-19. Quien de todas formas sería por fin elegido según los siempre polémicos procesos electorales colombianos, cuya certeza definitiva nunca tenemos. Siendo por supuesto esta elección, como todas, objeto de cuestionamientos. También, Duque como un intento de mejorar su imagen pública en el marco de las conmemoraciones de la independencia de Colombia e invocando a Simón Bolívar en su natalicio del 24 de julio, extrañamente, en pleno 2020, sacó de las bóvedas del Banco de la República, su espada (lugar donde había permanecido desde que fue entregada por el M-19, tras habérsela apropiado), para trasladarla a la Casa de Nariño, justificando en el discurso de este trasteo, la suposición que: “es la casa de todos los colombianos”. Espada que cobraría protagonismos posteriormente, el 7 de agosto de 2022, en un pulso de poder entre Duque que se resistió a sacarla en la ceremonia de posesión presidencial de Petro, quien insistió al principio de tal evento hasta tenerla presente. Por su parte, la alcaldesa Claudia López, como reforzando señalamientos contra Gustavo Petro, dijo textualmente sobre los pasados 9 y 10 de septiembre del 2020, cuando en medio de las protestas se incineraron más de 50 CAIs, 72 civiles fueron heridos por armas de fuego y 14 asesinados: “es lo más grave que ha ocurrido en Bogotá desde la toma al palacio de justicia.” Suceso reivindicado por el M-19 y cuya retoma fue la causante del incendio de tal sede institucional, con todo y su acerbo. Hecho que sin embargo, ha sido versionado como un argumento electoral, implicando a Petro.
Ya para concluir, junto con estas causalidades históricas también podría agregar que retrospectivamente, como ejemplo, cierta dinámica entre actos de descontento, protestas y derechos, aquí tuvieron un lugar significativo en el proceso de conversión en partido político del M-19, que terminó en la Constitución de 1991. Por la cual justamente están vigentes aquellos derechos básicos que en primer lugar sentí tan vulnerados debido a las medidas de cuarentena y por lo que, con tal carácter de emergencia, me delegué a encarnarlos con su práctica reiterada, resintiendo aquella consigna que advierte: derecho que no se ejerce, se pierde. Entre otros, especialmente relevantes en medio de todo esto; el derecho a la libre locomoción, al espacio público, la libre asociación y principalmente, el derecho a la protesta. No en vano se dice que de este derecho dependen todos los demás. A comienzos de los años sesenta en Colombia, la Alianza Nacional Popular (ANAPO), se presentó como la solución al bipartidismo del Frente Nacional de los partidos Liberal y Conservador, siendo la alternativa, el surgimiento de este tercer partido con Gustavo Rojas Pinilla como su candidato a la presidencia en las elecciones del 19 de Abril de 1970, frente al conservador Misael Pastrana Borrero, quien supuestamente ganaría a pesar de todas las expectativas, después de un toque de queda decretado ese día de votaciones, por el mismo Alberto Lleras Restrepo, presidente liberal durante estas elecciones, quien declararía en un discurso, pública e indebidamente, que era necesario derrotar a Rojas. Ya después de no pocas irregularidades, Lleras ante la inminencia de una rebelión popular, militarizó las calles, dictando arresto domiciliario contra Rojas, mientras los dirigentes de la ANAPO, fueron detenidos y llevados a bases militares.
Ese es un hecho que el año 2020 se conmemora por haber acaecido hace ya, medio siglo. Sin embargo, públicamente el Movimiento 19 de Abril se apropiaría de la bandera azul, blanca y roja de la ANAPO, simplemente, estampando en negro sus siglas: M-19, como reclamandola suya, años después que ese partido se fuera desvirtuando tras un plegamiento al gobierno por parte de algunos de sus integrantes; provocando pugnas internas, sufríendo divisiones, deserciones, y radicalizando así a los más apegados a los ideales de oposición. Al punto de ver la lucha subversiva, como la subsecuente y necesaria alternativa.
“Aunque en la práctica un sector de la Anapo ya hacía parte de esta guerrilla, la cúpula de la organización había determinado propósitos aún más ambiciosos para la relación entre el M-19 y la ANAPO. La estrategia diseñada era simple: se trataba de una relación instrumental, ‘eminentemente táctica’, a fin de ‘acelerar las condiciones del proceso revolucionario’. En aquel momento, dicho proceso se asumía como una revolución socialista, cuya primera etapa sería un movimiento insurreccional de masas con un programa nacionalista, el cual, convocado desde la Anapo, rodearía al brazo armado y se apoyaría, a la vez, en su fuerza.”1
El 17 de enero de 1974, se dieron tres hechos que presentarían al grupo con ese particular modus operandi del plan elaborado, tras estrategias contingentes, conceptuales, virales, vitales, temerarias y delatoras de grietas, fallas y debilidades institucionales, contando con cierta pregnancia apropiada de lo publicitario, subvirtiendo su uso comercial. Una acción fue el asalto al Concejo de Bogotá; otra, el robo de la espada de Bolívar, tras del que dejaron un comunicado con el que se adjudicaban tal proeza, con palabras como:
“Bolívar, tu espada vuelve a la lucha. Con el pueblo, con las armas, al poder. (...) Bolívar no ha muerto. Su espada rompe las telarañas del museo y se lanza a los combates del presente. Pasa a nuestras manos. Y apunta ahora contra los explotadores del pueblo”.2
Y otro acto que, como preámbulo a los anteriores, aparecería más temprano a primera hora de ese día en los periódicos en forma de campaña de expectativa, por medio de avisos que ocupaban franjas de fondo negro y frases en letra blanca que, como publicitando la llegada de un remedio definitivo, anunciaban: “ya llega M-19”. , “falta de energía... inactividad? espere M-19”. “¿decaimiento... falta de memoria? espere M-19”. Y el más recordado: “¿parásitos... gusanos? espere M-19”.
De tal suerte que en plena contingencia del 2020, medio siglo después de las elecciones anteriormente mencionadas, retomé esta última frase, adicionándola a la bandera de tal movimiento, pero reemplazando su sigla, M-19, por la del COVID-19: CO (corona), VI (virus), D (disease) 19 (2019). Por lo cual, el nombre de una guerrilla que se anunciaba como una cura contra parásitos y gusanos, analogía probablemente a los políticos representantes del gobierno, es sustituido por el de esa enfermedad del coronavirus, haciendo de tal bandera, un estandarte de las marchas convocadas durante esta época de pandemia por tal virus, contra el grave estado de cosas, delatado por la acentuación de las mismas, y responsabilizando al gobierno de Duque, en ese entonces tan cuestionado por aquellas crisis.
La vía de difusión viral del anuncio en el periódico, para este caso es la serie de registros que hacen algunos medios establecidos, pero principalmente fotógrafos de las marchas mismas. Apelando así, ya no al público general de los antiguos periódicos, si no a los marchantes e interesados que llegan a ver los registros en redes sociales, siendo su vez su principal medio para convocarse. En comparación con artistas, compañeros de marchas pasadas que demostraron lo contrario. Personalmente ha sido interesante esa forma tan comprometida de volcarse a las calles para protestar por parte de esta comunidad de medios de comunicación alternativos, independientes y autogestionados, a pesar de los fuertes riesgos, condiciones legales, de seguridad y salubridad establecidos según esta pandemia. Siendo la marcha en medio de cuarentenas, toques de queda, medidas punitivas de aislamiento y distancia social, ante todo, una expresión de resistencia contra tales restricciones. Dado que el registro del proyecto requirió cierta comunicación con quienes protestaban en esa época, principalmente con aquellos que registraron tales las marchas, mientras así participaron de las mismas; sentí un potencial relacional y proyectual con ellos, inversamente proporcional, al alejamiento de los anteriores compañeros artistas políticos, en confinamiento hogareño. Que por asumir el discurso oficial, permanecieron negados a proyectarse reactivamente en el espacio público, físico, e incluso el virtual. Viéndolos reducidos desde esta perspectiva, a una mínima expresión de sí mismos.
Y ahora, donde creo que puede apuntar más lejos este proceso que sigue, es tras señalar el potencial de tal contingencia como una oportunidad para replantear en alguna medida el contrato social, ganar en derechos civiles, como ha pasado en momentos de cambio siempre que se luche antes en dignidad. Pero ya en ciertos alcances micro políticos, creo que se trataría más de ir hacia la alternativa de una comunidad propia, frente a la sociedad ya establecida y paralizada, e incluso, yendo más allá, demostrando la posibilidad de una autonomía no individualista.
Finalmente y en primera medida, podría concluirse qué #CovidM19, fue una forma de expresión de cierta posición divergente en una época que el linchamiento mediático está tan en boga, siendo cada uno juez y verdugo del que “piensa mal”; ese que parece más erróneo mientras es menos sometido, y más acertado, aquel apegado al discurso oficial. Por mi parte, creo que hay sobradas razones para desconfiar de las versiones que imponen a la fuerza los gobiernos, al unísono, según organizaciones mundiales. Me pregunto si por ejemplo, realmente la preocupación fuera la salud humana, ¿por qué no se han prohibido el cigarrillo, el licor, los aditivos alimentarios perjudiciales, la comida chatarra, la combustión del diesel, los residuos industriales tóxicos e incluso el sedentarismo, etc? Ya que las razones son supuestamente dadas por las estadísticas, ¿por qué no se compara la mortalidad de prácticas y productos que se llevan a cabo o consumen mundialmente a diario, con las muertes de este virus? Y así, podríamos extendernos mencionando argumentos para desconfiar, antes que dar totalmente crédito y replicar, la perspectiva generalizada.
Creo que es definitivo entender que la vida no se reduce a un generalizar el sobrevivir, enclaustrado y sometido. Si no, se trataría más de ejercer los diversos derechos que permiten una calidad de la misma, en base a la que se pueda principalmente, elegir las posibilidades del cómo vivirla. Y voy a que ahí estaría la probabilidad negativa, si se es pasivo ante tales condiciones: Que los gobiernos se empoderen restando en derechos ya ganados, incluso los humanos y más básicos, como al trabajo digno, la movilidad u otros que, en el caso de nuestro país, se ganaron, en la constituyente de 1991, gracias entre otros, a la actividad inicial, devenir y evolución de lo que fue un movimiento como el M-19.
Referencias
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1- Del griego πρό (pro), ‘antes’, y λογος (logos), ‘palabra’.
2- Una definición tecnológica del instrumento sería poco interesante, ya que el término responde a una noción de uso común: una herramienta, un arma o una máquina son los instrumentos de una determinada técnica; él término resulta útil porque conserva simultáneamente un sentido amplio y preciso. Entre herramienta y arma, la distinción tampoco posee un valor tecnológico: un mismo cuchillo, utilizado con el mismo modo de percusión, puede servir de herramienta o de arma según la naturaleza del objeto al que se aplique. El hecho de cortar madera lo convierte en una herramienta; si se utiliza para cortar pan, se torna en un instrumento de mesa, a menos que se trate de un cuchillo de carnicero, en cuyo caso se considera como herramienta. Degollar a una oveja lo convierte igualmente en herramienta, mientras que será un arma si se utiliza para el mismo acto pero aplicado a un hombre, lo cual pone totalmente de manifiesto el carácter no tecnológico de las palabras consideradas y explica que en estas páginas nos atengamos al uso común. Leroi-Gourhan, André. El hombre y la materia (Madrid: Taurus, Alfaguara, 1988). pp 101
3- Walter Benjamin. Discursos interrumpidos, I (Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara, S.A. de Ediciones, Argentina, 1989), 159.
1- Obras realizadas con Felipe Rodríguez. 2- Obras realizadas con la colaboración de Felipe Rodríguez y Juan Bocanegra. 3- https://instagram.com/forever21n/
1- https://www.instagram.com/p/Cnz2UiKuZhi/ https://www.oxfamcolombia.org/un-impuesto-progresivo-a- las-fortunas-millonarias-ayudaria-a-acabar-en-10-anos-con- el-hambre-en-el-mundo/ https://oxfamcolombia.org/el-impacto-del-covid-19-en-la- ampliacion-de-las-brecas-de-desigualdad-en-colombia/
2- W Radio. https://youtu.be/IOtCz34IZmA 2- https://www. bbc.com/mundo/noticias-america-latina-39583477
3- Gaston Bachelard, La tierra y las ensoñaciones del reposo (México, D.F.: Editorial Fondo de Cultura Económica, 2014).
4- Crowley, Alister. Cocaine (San Francisco, Level Press, 1973). 3.
5- Sigmund Freud, Más allá del principio de placer (Buenos Aires: Amorrortu Editores S.A., 1920/1984), 34.
6- Más conocido por permitirle a Pablo Escobar construir una cárcel a su medida, por darle de baja posteriormente con el apoyo del cartel de Cali y por ser uno de los coleccionistas de arte más importantes en Colombia.
7- Tristemente célebre por su política de seguridad democrática, el escándalo de los falsos positivos, su presunta participación en la masacre del Aro y su relación con grupos paramilitares y narcotraficantes.
8- Más conocido por el proceso 8.000, proceso judicial en el que se lo acusaba de haber recibido dineros del narcotráfico para su campaña presidencial.
9- Condenado a 63 meses de cárcel durante el proceso 8.000.
10- Más conocido por sus pinturas de gordos y el amplio número de sus obras incautadas a narcotraficantes.
11- Tras la muerte de Marta Traba, fue más conocida por apropiarse del Museo de Arte Moderno de Bogotá y desangrar al Estado para favorecer empresas y proyectos propios.
12- The word zoë... “resounds” with the life of all living creatures...The significance of zoë is life in general, without further characterization. When the word bios is uttered, something else resounds... the characteristic traits of specified life, the outlines that distinguish one living thing from another. Bios carries the ring of “characterized life”. Carl Kerényi, Dionysos: archetypal image of indestructible life (New Jersey: Princeton University Press, New Jersey, 1976). Introduction, xxxii.
13- Jean Baudrillard, Cultura y simulacro (Barcelona, Editorial Kairos, 1978), 30.
14- Se puede, pues, hablar en total de la formación de una sociedad disciplinaria en este movimiento que va de las disciplinas cerradas, una especie de “cuarentena” social,
hasta el mecanismo indefiniblemente generalizable del “panoptismo”. Foucault, Michel. Vigilar y castigar (Madrid: Siglo XXI Editores, 1976). 219.
15- Advertencia: ... A comienzos de la Primera Guerra Mundial, pasé tres meses en Goldach, a orillas del lago Constanza, dedicado casi exclusivamente a sistematizar mis ideas y realizar las experiencias prácticas correspondientes. De
ello resultó un material teórico bastante abundante. Este material permaneció arrinconado casi durante diez años, y solo últimamente pude volver a ocuparme de él, de lo cual ha resultado este libro. Kandinsky, Punto y línea sobre el plano (Bogotá: Grupo Editor Quinto Centenario, 1995), 9.
16- Kandinsky, Punto y línea sobre el plano (Bogotá: Grupo Editor Quinto Centenario, 1995), 11.
17- Piotr Kropotkin, El apoyo mutuo: un factor de evolución (Logroño: Editorial Pepitas de Calabaza, 2016-2020).
18- Piotr Kropotkin, El apoyo mutuo: un factor de evolución (Logroño: Editorial Pepitas de Calabaza, 2016-2020).61
19- La adicción a las drogas es la principal causa de la indigencia en Colombia y, simultáneamente, es el último eslabón de la cadena de producción del narcotráfico.
20- Un primer equipo de fútbol, Atlético Nacional, tenía como su principal accionista a Hernán Botero Moreno... Botero era un oscuro hombre de negocios que laboraba en Medellín, sede del equipo...El Deportivo Pereira, de la capital de Risaralda, es controlado por Octavio Piedrahita, quien trafica con cocaína desde Medellín...El nuevo mayor accionista de Millonarios es otro narcotraficante, Gonzalo Rodríguez Gacha, El Mejicano... En el Deportivo Independiente Medellín, de la capital de Antioquia, tuvo intereses el narcotraficante Héctor Mesa... Deportivo Independiente Santa Fe, de Bogotá, fue controlado primero por el llamado Grupo Inverca, de Fernando Carrillo En noviembre de 1978 se afirmó que Carrillo tenía a Miami como centro de distribución del alcaloide que producía...El Unión Magdalena, de Santa Marta, es controlado por Eduardo Enrique Dávila Armenia, quien desde 1973 es señalado como el propietario de grandes cargamentos de marihuana enviados a Estados Unidos, Italia y Puerto Rico...El Club América,
de Cali, es de propiedad de los hermanos Miguel y Gilberto Rodríguez Orejuela. Están vinculados al tráfico de cocaína desde diciembre de 1975...El Deportes Quindío es propiedad de Genaro Cerquera Baquero, vinculado con traficantes del Caquetá. Castillo, Fabio. Los jinetes de la cocaína (Bogotá: Editorial Documentos Periodísticos, 1988).151-153.
21- Vale la pena recordar que a Fowler ya lo habían sancionado anteriormente por una celebración en la que apoyaba a los trabajadores del puerto despedidos durante una protesta. Además de una sanción económica, la UEFA (Union Européenne de Football Association, por su sigla en francés) le notificó que “los campos de juego no son sitios adecuados para demostraciones políticas”.
22- Crowley, Alister. Cocaine (San Francisco, Level Press, 1973). 13.
23- En el caso de Colombia, desde los años setenta en adelante, esto es, desde la época de la bonanza marimbera, podríamos afirmar categóricamente que vivimos en un narcoestado.
24- Es que conseguir las armas es difícil. Hay que tumbar un man para quitársela o comprarla, y un arma buena es cara. Casi siempre se las compramos a la policía, que también nos surte de la munición. Salazar, Alonso. No nacimos pa’ semilla (Bogotá: Planeta Colombiana Editorial, 2002).
25- Michael Taussig, Mi museo de la cocaína (Popayán: Editorial Universidad del Cauca, 2020), 33.
26- Michael Taussig, Mi museo de la cocaína (Popayán: Editorial Universidad del Cauca, 2020), 20.
27- Sigmund Freud, Escritos sobre cocaína (Barcelona: Editorial Anagrama, 1980).
28- A pesar de que se concibe en su definición como un espacio de convergencia que cualquier ciudadano puede habitar y el cual no se puede privatizar. Establece con mayor severidad
que le pertenece al Estado y, por consiguiente, su uso no es libre, ya que está determinado por directrices institucionales, burocráticas y de poder.
29- Comando de atención inmediata.
30- Theodor W. Adorno, “El ideal de lo negro”, en Teoría estética, 1970 (epub. Ediciones Akal, S. A., 2004), 91.
31- “Hubiera sido bueno para el mundo si Rafael pudiera habernos dado al menos una imagen de un leproso, de quien había una multitud en las carreteras y caminos de Italia. Toda la miseria, todo el misterio de la época no se registra, y tenemos madonas repetidas perpetuamente para la glorificación de los ricos y de la clase privilegiada” Algernon Sidney Crapsey, The way of the gods (New York: The International Press, 1920), 345.
32- Esto pasó una vez en el conjunto residencial
Kandinsky.
1- La Ambivalente Relación Entre el M-19 y la ANAPO. Paulo César León Palacios, 2012. https://revistas.unal.edu.co/index.php/achsc/article/ view/37479/41450).
2- Comunicado del M-19. Día de la Recuperación de la Espada. Enero 17, 1974.