ENTRE DESIERTOS Y VACÍOS
Ana Helena Arévalo
Texto original en inglés

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[…] Pero quienes deploran los “tesoros” que su frenesí destruyó, negligen dos hechos notorios. Uno: la Biblioteca es tan enorme que toda reducción de origen humano resulta infinitesimal. Otro: cada ejemplar es único, irremplazable, pero (como la Biblioteca es total) hay siempre varios centenares de miles de facsímiles imperfectos: de obras que no difieren sino por una letra o por una coma 1.


Una cálida tarde de septiembre se produjo un fuego incontrolable que culminó con la destrucción cataclísmica de más de veinte millones de objetos que, en una fracción de segundo, borraron doscientos años de historia y progreso. En medio del caos y los escombros, un meteorito permanecía solemnemente quieto sobre su pedestal. Su supervivencia no fue una sorpresa, ya que había soportado un viaje a través de fuerzas atmosféricas mucho más vigorosas que las del incendio de esa noche en el museo.
Hay algo casi poético en el hecho de que una fuerza potencialmente destructiva, un meteorito, sobreviviera a otra fuerza potencialmente destructiva. El fuego sólo es destructivo cuando no está controlado o no está contenido. En todo caso, si esa noche se demostró algo, fue que nuestra civilización está preparando lentamente el camino hacia su propia disolución y que la destrucción cíclica no puede evitarse. Caer en ruinas es una condición inherente a la continuidad terrestre. “Levantarse en ruinas” 2 es la promesa de supervivencia. La desintegración de toda materia en el plano físico en simples cenizas y polvo ha sido siempre un principio base y una maldición: pulvis es et in pulverem reverteris. No obstante, el museo se encontraba en muy mal estado y nada puede ni debería idealizarse sobre las secuelas de una tragedia, consecuencia de la negligencia y la avaricia de la humanidad. La destrucción permanente e irreversible de esta colección compendiosa plantea innumerables preguntas sobre la necesidad inmediata de preservar [y digitalizar] estos repositorios de cultura y conocimiento, especialmente en una era turbulenta y fragmentada. Los espacios de museos existen como microcosmos que reflejan la civilización, las culturas del pasado y las generaciones del mañana. Por esta razón la conservación de lo contemporáneo sirve como un medio de resistencia crítica contra un sentenciado futuro desértico, vacío y deteriorado.

Ruina como lo que podría haber sido

La noche del 2 de septiembre de 2018, doscientos años después de su fundación, el 6 de junio de 1818, el Museu Nacional do Brasil en Río de Janeiro estalló en llamas. Se consumió aproximadamente el 92,5 % de su archivo, incluidos más de veinte millones de objetos, desde maravillas naturales hasta rarezas etnográficas y reliquias arqueológicas, junto con 470.000 volúmenes de su biblioteca. El museo fue la institución científica más antigua y sustancial del Brasil, e incluso en su estado actual todavía puede considerarse como tal. Antes del incendio, albergaba una de las colecciones de antropología e historia natural más completas del mundo.
Entre las piezas sobrevivientes 3 estaba Bendegó, un meteorito descubierto en 1784 y reconocido en su tiempo como el meteorito más grande de la Tierra. Estaba intacto, sobre su pedestal de mármol ahora carbonizado, como si la conflagración que consumió todo a su paso nunca hubiera tenido lugar. Sin embargo, la prueba del fuego flotaba en el aire, en los restos de manuscritos quemados, en las nubes de humo negro y en el sabor amargo de la realidad que nos recuerda cuán frágil es la existencia mundana y cuán rápidamente se pueden borrar los recuerdos. Todo lo que se había escrito sobre Bendegó —investigaciones, estudios, anécdotas— estaba en la biblioteca que sucumbió al fuego, de la misma manera que tantos otros archivos han perecido en hogueras a lo largo de la historia.
El fuego en sí mismo es una fuerza paradójica: limpia y destruye. Es un agente de transformación y cambio cíclico; es, a la vez, origen y fin. El aspecto más intrigante e intoxicante de dicha fuerza radica en su capacidad de existir hasta el infinito, en su poder de arder continuamente. Sin embargo, el poder destructivo del fuego no reside en su naturaleza, sino en las manos de quien lo utiliza como arma (o herramienta).
Durante siglos, reyes, emperadores y tiranos han quemado depositorios de cultura y conocimiento como un medio para recuperar el control o, a veces, como intentos [fallidos] de crear nuevos comienzos. Desde Alejandría y el Imperio Qin hasta Mosul y Palmira, en tiempos más contemporáneos, ha habido una intención deliberada y sistemática de destruir con fuego. Esta intención requería una participación activa de agentes específicos que, incluso después de miles de años, todavía se pueden rastrear e identificar. Un incendio —y la destrucción del patrimonio cultural— debido a la negligencia es aún más problemático, ya que se deriva de fallas múltiples y simultáneas que culminan, inevitablemente, en la dilución de la responsabilidad y en un estado pasivo e improductivo de contemplación, nostalgia y recuerdo. Encontrar un placer [de alguna manera] mórbido en la descomposición es, sin duda, un rasgo humano, ya que existimos en un reino ya arruinado. El “triunfo de la ruina” no es más que la reflexión inútil de las glorias anteriores, un anhelo de esperanzas y sueños de antaño y la expectativa de un futuro que nunca llegó y que nunca podría ser. “Levantarse en ruinas” es, simplemente, una fase del ciclo ilimitado de construcción/disolución. Las cosas no se destruyen cuando caen en la ruina; están temporalmente borrosas, hasta que una vez más se descubren. Su existencia continúa; permanece ininterrumpida. Los mayores descubrimientos de la civilización no fueron descubrimientos en absoluto, porque estos monumentos rotos y reliquias aisladas nunca estuvieron perdidos; tan solo estaban parcialmente oscurecidos. Todos los objetos contenidos actualmente en colecciones enciclopédicas derivan de la necesidad de la humanidad de establecer orden a partir del caos y de un deseo obsesivo de dar sentido al universo a través de la constante categorización y reorganización de fragmentos. Los museos de ciencia, historia y etnografía son, fundamentalmente, depósitos de cosas muertas. Incluso si estos objetos se restauran, reconstruyen y reinterpretan para hacer un recuento de narraciones pasadas y prever narraciones venideras, este más allá no les devuelve la vida. Los museos son las tumbas de todo lo que ha remplazado a la destrucción cíclica; albergan los pilares de un pasado que soportó el fuego y el hielo sólo para permanecer inmóviles hoy en día, como espectros desolados entre detritos y restos. Estas ruinas reflejan a todos los que han deambulado por la tierra, e igualmente a todos los que aún no han pisado esta esfera. Se mantendrán en el mismo lugar a perpetuidad, o al menos hasta que se conviertan en cenizas y resurjan de nuevo.

El desierto como lo que nunca será

Esta disolución esperada —pero no necesariamente alentada— arroja una luz sobre la cuestión del tiempo y el espacio, con respecto al surgimiento y el “valor de la ruina”. Todo esto tiene sentido únicamente cuando se ve en el contexto del pasado distante o futuro. ¿Qué tan pronto es demasiado pronto para que algo sea considerado una ruina? Las ruinas son reminiscentes, didácticas y casi proféticas, por lo que lo contemporáneo no puede adoptar sus nuevas formas. Si los restos todavía están ardiendo y persiste en el aire un humo con olor acre, entonces podrían estar demasiado crudos y sin digerir en la memoria para considerarlos como ruinas. La devastación del Museu Nacional —y de cada objeto considerado irremplazable— no es sólo una pérdida monuwwwmental del patrimonio brasileño y de la cultura universal; también ha creado una lacuna que hay que restaurar y que finalmente afectará la comprensión y el progreso de la civilización humana. Permitir que un edificio que alguna vez fue un palacio imperial se deteriore es una tragedia en sí misma, pero condenar una colección completa de este tipo a la nada por mera indiferencia es imperdonable. La negligencia significa decadencia lenta, una decadencia que puede ser manipulada, ya sea encendida o evitada, incentivada o detenida, pero también una decadencia que no culmina en ruinas, sino en un desierto temporal 4. Un desierto que sugiere un estado estático de vacío y desolación; un desierto que evoca regresión y transferencia. ¿Qué sucede cuando una “tumba de ruinas” se convierte simplemente en una tumba?, ¿cuando la cohesión de una reconstrucción configurada por millones de fragmentos se vuelve a romper en nuevos millones de fragmentos? La mayor parte del material que se quemó y se convirtió en polvo y cenizas ya había surgido previamente del polvo y las cenizas. Es probable que la mayoría de los fragmentos que se están “descubriendo” en este espacio nuevamente inexplorado, que se trata en la actualidad como un sitio arqueológico provisional, fueran descubiertos por primera vez en sitios arqueológicos reales. Indudablemente, desintegración significa transformación, pero si es así, ¿cómo la transformación de la materia misma impacta los objetos mismos, o más bien, nuestra comprensión de los objetos y sus contextos? Al igual que la paradoja de Teseo, debemos hacernos la siguiente pregunta: si esta colección del Museu Nacional do Brasil se reconstruyera en su totalidad, ¿seguiría siendo la misma colección que se perdió en las llamas? La reconstrucción de fragmentos no tiene como objetivo necesariamente revivir los objetos, sino recuperar de algún modo narrativas y entornos. Debido a que todo está inevitablemente destinado a desaparecer, nos encontramos en una lucha constante y activa por llenar campos en blanco, salvar espacios y reducir vacíos. Las personas asimilan y componen sus contextos a través de fragmentos —de luz, de tiempo, de información, de memoria—, por lo que, por fatal que haya sido el incendio, aún existe la posibilidad de reconstruir la colección a través de la memoria colectiva y las intervenciones digitales. Si las obras de arte, los objetos y los documentos no se preservan, conservan y, en esta época, se digitalizan, ¿existieron? Gran parte de nuestro conocimiento sobre muchos de los depositorios antiguos del mundo, la mayoría de los cuales fueron destruidos, se ha reencontrado y su acopio ha sido posible después de [y debido a] su destrucción. A menudo, cuando el material original no ha logrado salvaguardarse ni recuperarse, lo que perduró fueron simplemente los restos de fragmentos intangibles que subsistieron en el tiempo —escrituras, recuerdos, canciones, mitos— que sirvieron para corroborar su existencia, en primer lugar. Estas lacunae están intrínsecamente incrustadas en nuestra comprensión del pasado, por lo que debemos recibirlas con los brazos abiertos.
Sin embargo, un museo no debería tener que incendiarse para iniciar una conversación sobre la necesidad de preservación digital y conservación de todas las colecciones de obras de arte y objetos del mundo. Los depositorios en línea preexistentes, como Google Arts and Culture y Wikipedia, por supuesto, pero también las bases de datos de instituciones independientes, como el Museo Metropolitano de Arte, el Museo Británico, etc., son ejemplos de las diversas formas en que las colecciones se podrían/deberían utilizar. No obstante, también iluminan ciertos temas relacionados con el ascenso meteórico de la economía de preservación y conservación digital. Estos procedimientos requieren grandes inversiones en cuanto a propiedad del espacio, tanto físico como digital, y los instrumentos, infraestructura y mano de obra necesarios para mantenerlos.
Las grandes muestras de solidaridad de la comunidad internacional con el Museu Nacional también plantean varias preguntas sobre la responsabilidad de preservar y conservar no sólo las colecciones, sino también los espacios donde se encuentran, especialmente porque, en este caso, el edificio en cuestión era mucho más que un museo brasileño; la colección universal guardada en su interior estaba destinada a las civilizaciones pasadas, presentes y futuras por igual. Esto de ninguna manera disminuye o menosprecia las acciones y esfuerzos actuales para restaurar y reconstruir la colección diezmada; más bien, subraya el hecho de que todos son responsables de cuidarlo, y de evitar daños previsibles a él y a otras colecciones, particularmente aquellas que se encuentran en contextos más peligrosos y condiciones hostiles (generalmente en el Sur Global).

Lacuna como lo que puede ser en potencia

La tragedia del Museu Nacional confirma el hecho de que la longevidad es un privilegio reservado sólo para unos pocos. La angustia y la pérdida relacionadas con este tipo de tragedias no pueden borrarse mediante la resurrección de ruinas plus beau que la beauté. La frustración experimentada después de no preservar lo que nos constituye —individual y colectivamente— no puede ni debe diluirse con la promesa o la esperanza de que, algún día, las generaciones futuras mirarán hacia atrás y se darán cuenta de que pudieron aprender y crecer de estos errores, o que estos incendios podrían haberse evitado, en primer lugar. Tratar los restos del Museu como memento mori no parece apropiado. Este tipo de catástrofe no alude simplemente a la impermanencia individual, sino también a la finitud universal. Sirve como prueba por excelencia de que sólo nosotros seremos responsables del choque de culturas y el fin de la civilización, ya que la humanidad está allanando lentamente el camino hacia su propia destrucción. La existencia humana no es más que un proceso continuo de negociación entre la persistencia y la decadencia que apuntan a un equilibrio inalcanzable, en un universo donde es imposible diferenciar entre construcción y disolución, y que permanecerá para siempre inalterado.

 
 
 

2 El concepto de “ruinas en reversa” lo concibió Robert Smithson en la década de los sesenta, y lo amplió aún más en su ensayo fotográfico de 1967, Un recorrido por los monumentos de Passaic, Nueva Jersey (1967). Esta noción está en oposición directa al concepto establecido de “ruinas románticas”, ya que Smithson consideró que los edificios no caen en ruinas después de ser construidos, sino antes de ser construidos. Robert Smithson (1996). A Tour of the Monuments of Passaic, New Jersey (1967). Robert Smithson: The Collected Writings (pp. 68-74). Jack Flam (ed.). Berkeley: University of California Press.

 
 

3 Entre los objetos destruidos en el incendio se encuentran Luzia —el esqueleto humano más antiguo descubierto en el continente americano—, restos de dinosaurios, momias y reliquias del antiguo Egipto, una de las colecciones más completas de mariposas disecadas, piezas indígenas pertenecientes a culturas que ahora están extintas, al igual que documentación relacionada con estas tribus, incluidos textos sobre sus rituales, tradiciones y grabaciones de sus idiomas, entre muchos otros artículos irremplazables.

 

4 En el contexto de este ensayo, el término desierto hace una referencia directa al comentario de Eduardo Viveiros de Castro sobre el incendio del Museu Nacional do Brasil, en el que se refiere a las consecuencias de la negligencia y el mal manejo de la actualidad y el pasado —los gobiernos brasileños como desiertos temporales—: “O Brasil é um país onde governar é criar desertos. Desertos naturais, no espaço, com a devastação do Cerrado, da Amazónia. Destrói-se a natureza e agora está-se destruindo a cultura, criando-se desertos no tempo. Estamos perdendo com isso parte da história do Brasil e do mundo, porque se trata de testemunhos com significado para toda a civilização” (“Brasil es una nación en la cual gobernar significa crear desiertos. Desiertos naturales, en el espacio, la devastación del Cerrado, en la Amazonia. La naturaleza fue destruida y ahora es destruida, creando desiertos en el tiempo. Estamos perdiendo parte de la historia de Brasil y del mundo, porque estos son testimonios con significado para todas las civilizaciones”).

 
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