[...] la solapadora de Mussolini y de Hitler, la ramera de las rameras, la meretriz de las meretrices, la puta de Babilonia, la impune bimilenaria, tiene cuentas pendientes conmigo desde mi infancia y aquí se las voy a cobrar.
Fernando Vallejo, La Puta de Babilonia.
En cuanto la historia es aprendida, olvidamos hasta qué punto son los perdedores quienes terminan juzgados como el bando desfavorable, sobre el que en virtud de una voluntad divina recaen todo tipo de adversidades, ya tan obviadas como los casos comunes de aquellos pueblos salvajes arrasados a manos llenas por otro más evolucionado y edificante, o el de cierto opresor que al fin mereció la privación perpetua de la libertad, así como aquel perverso que por obra y gracia del Espíritu Santo, lógicamente, cayó en sus propias trampas, etc.
Es a tal facción de los vencidos que casi por norma pertenecen “los malos”, en detrimento de quienes pedagógicamente son usados como anti ejemplos, es factible concluir todo tipo de crónicas con las mismas moralejas infantilizantes que tan fabulosamente disimulan amenazas directas sobre la inconveniencia del no ser parte de “los buenos”.
Así se sigue la ilusión de supuestos finales felices tras mentiras repetidas hasta brillar cual verdad histórica monolítica, totémica y cada vez más deslumbrante, al extremo de cierta ceguera afín a la de un oscurantismo que ha sabido extenderse por encima de cualquier Siglo de las Luces y hasta hoy, como una larga sombra que sin embargo no filtra las honduras de una oscuridad más propia, donde se pueden tantear aún las semillas de ciertos frutos otrora prohibidos por una sabiduría superior. Tal como lo sintetiza un aforismo que hemos escuchado de ciertas voces luciferinas: Es en las profundidades internas donde arde la luz de La Llama Negra.
No en vano, el origen de todos los males coincide con el hambre de un saber ofrendado por la serpiente del conocimiento, aquel animal rastrero, ponzoñoso, que infunde una fobia prehistórica desde que conforme al Génesis ha sido maldito entre las demás pestes. ¿O acaso, aun en este año tan avanzado de El Señor, la mayoría no le teme a la sola idea de “El Maligno”, su reino de las tinieblas intraterrenales y a cierta contracultura allí desterrada, sobre la que quisieran desconocerlo todo?
Precisamente, en ese devenir de una vida espiritual que los muchos tan ligeramente llevan mientras profesan que al final de ella lo más importante es el destino del alma, e incluso, aunque alguna minoría se consideren agnósticos o de hecho ateos y hasta satanistas, es lamentable comprobar, especialmente de manera directa como nos hemos dado la oportunidad de hacerlo, que sin duda y por igual, parecen seguir una ideología cristiana. Evocándonos en algo ese camino del Zaratustra de Nietzsche, que al bajar de la montaña y tras encontrarse con un ermitaño, se cuestiona: “¡¿Será acaso posible?! ¡Este viejo santo, recluido en su bosque, no se ha enterado que Dios ha muerto!”.
¡Y todo a pesar del hecho sabido que desde la primera infancia, abusando de esa falta de albedrío que según la ley padece el menor de edad, fuimos arbitrariamente iniciados bajo un nombre propio inconsulto y muy probablemente de origen bíblico, en la Santa Madre Iglesia Católica, Apostólica y Romana! Entre otras razones también fortuitas, porque el territorio donde nacimos sufrió la conquista del reino de Isabel I La Católica, etc. Y demás hechos que sin embargo, raramente configuran argumentos suficientes para controvertir el sistema de creencias por fuerza adoptado: ese dogma de “La Palabra de Dios”, aquella compilación traducida y editada durante siglos hasta la dudosa pero indiscutible versión actual, cuyos tergiversados relatos actualmente se hilan sin remedio a punta de múltiples contradicciones.
Aún así, cómo no encontrarse con preguntas que deberían ser tan básicas como: ¿Cuánto se ha indagado tras esa primigenia rebelión angelical, más allá del manido relato de los ganadores? ¿Hoy realmente qué podría aprenderse del pensamiento y las prácticas precristianas? ¿Hasta dónde somos de los que no creen en brujas pero dicen, que las hay, las hay, e igualmente, mientras se burlan de la existencia de una dimensión mística, han visto fantasmas, tenido experiencias premonitorias y consultado el horóscopo, entre otros oráculos? ¿De hecho, no es cierto que la mayoría, obviamente, no cree en el infierno pero pretende comportarse moralmente como aquel que quiere ganarse el cielo? ¿Y mientras cuestionan la rectitud de un personaje como el exprocurador Ordóñez, conciben a su propio “Jesús personal” como aquella entidad ante la que le es consecuente al tiempo que se predica lo contrario: blasfemar, fornicar, abortar, ser homosexual, etc.? ¿O es que no son muchos los que actualmente elogian sin crítica a aquel dummie viviente llamado Papa Francisco, aparecido como por arte y magia de alguna agencia publicitaria, ante la alarma de una inminente decadencia de esta institución, entre innumerables justificaciones, por políticas de encubrimiento a los hábitos de pederastia tan propios de la misma?
Tan es así, que otros tantos dicen no creer en la santidad de esta iglesia pero la honrarán como tal cuando en la edad precisa, sin concebir otras opciones, se casarán o casaron en uno de sus templos, tal como cuando esos seres más queridos practicaron su bautizo violando libertades como la de asociación, culto, conciencia, desarrollo de la personalidad, etc. E igualmente, disfrutaron que les celebraran su primera comunión y la confirmación, para finalmente, por muy poco practicantes que hayan sido, recibir la unción de los enfermos, antes que sus familias los entierren en un “campo santo”, por supuesto, bajo ceremonia oficial de esa empresa espiritual, congregadora de las mayores muchedumbres de instinto rebañezco, zombis como su pastor resucitado e inocentes en la ignorancia por la tradición que profesan, tanto como adoctrinadas hasta la complicidad en perversos usufructos de sus propias ofrendas y pagos de servicios religiosos.
En fin. Como a lo largo de un viacrucis, la doble moral verdaderamente acarrea un peso muerto que debería hacer caer por sí misma su estructura portante, la propia moral. Una carga que por ley de gravedad sería cada vez más agotadora para quien peca, reza y empata, pregonando el dicho popular, pero no sólo parece soportable si no que incluso, por costumbre, en la mediocridad de ese círculo vicioso se hace cínicamente muy llevadera.
Más aún en el país del Sagrado Corazón de Jesús, donde con tan supina ligereza se clava en algún rincón privilegiado de los hogares colombianos, uno de sus objetos más tradicionalmente aberrantes, La Cruz de Cristo, por ejemplo. Ese trofeo de él mismo, que como ningún otro, mientras sostiene esa mueca de mártir permanente que hace tan propia, al tiempo se vuelve ejemplar para una población enseñada a padecer, abnegada, agobiada y doliente, todo tipo de atropellos desde que al ser nación incorporó su eterno espíritu colonial, hasta el mismo sacrificio personal en la reducción generalizada a esa mínima potencia del sobrevivir o malvivir por otros a la espera de un salvador como quien, en este mundo cruel, no lo fue para sí mismo. De tal suerte, nacimos en pos del sacrificio para aspirar a una redención post mortem.
Sin embargo, ante un designio tan trágico como este de los sacramentos, ¿no podría presentarse alguna verdadera alternativa más allá de simplemente parar de celebrarlos, o lo que puede ser lo mismo, seguirlos con indiferencia como insignificantes rituales pero a la larga, cumplirlos como destino?
Por nuestra parte, con esta cuestión presente y ya desborrado para sí el pecado original del hambre de un conocimiento racionalista que en sus últimas consecuencias niega la existencia de un dios, nos acercamos al grupo reunido bajo las iniciativas Ateos de Bogotá, Colombia Atea y Comunidad Secular, programando justo después de la Semana Santa de este año en nuestro Espacio ArtVersus, una jornada de apostasía colectiva; aunque, antes allí también ya habíamos alojado lanzamientos de una orden esotérica como la Dragon Rouge, grimorios de editoriales como Ophiolatreia o Manus Sinistra, charlas con la presencia del Papa Negro sucesor directo de Héctor Escobar Gutiérrez, celebrando también diversos rituales paganos y convocando otras reuniones del sendero de la mano izquierda, como las del círculo abierto de la Iglesia Mayor de Lucifer, etc. Ya cuando por ejemplo, nos preguntaron generosamente si seríamos iniciados en esta para así pertenecer a su círculo cerrado, respondimos preguntándonos ¿cómo asumir un proceso que llaman autodeificación sobre una previa edificación de uno mismo, según la analogía, a imagen y semejanza de un templo cristiano? O también podríamos explicarlo mejor desde esa redención que puede ofrecer una consigna anarquista: “la única iglesia que ilumina es la que arde”, adicionalmente “nadie se ilumina fantaseando figuras de luz, si no haciendo consciente su propia oscuridad” (C.G. Jung), porque finalmente, “el deicidio se consumará en la esfera orgullosa del espíritu.”1
Dando un paso más allá del asumir que así como por todo lo anterior en verdad es justo y necesario encontrar un cómo desacralizarse, yendo eventualmente en sentido inverso a los sacramentos; también pensamos posible profanar semejante monumento mortuorio a la individuación como lo es el ceremonial católico, alcanzando algo de autodeterminación hacia una ritualística realmente significativa por su importancia personal, pero cuestionando el devenir rebaño de los rituales generales y a la vez, ese arrinconamiento del individualismo contemporáneo. Como cuando conmemoramos once años bajo el nombre de Don Nadie, lo que es una tercera parte más un año, de los treinta y cuatro años de edad que teníamos los dos en ese momento, con la exposición titulada ONCE. Older than Jesús en la Valenzuela-Klenner Galería, donde la obra protagónica fue el crucifijo roto, nazificado y titulado Genealogía de La Moral, que se nos había ocurrido en imagen por lo menos diez años atrás, pero sólo después de todo lo vivido posteriormente, cobraba sentido como obra propia, significando un proceso implícito que podríamos particularizar aquí como deconstrucción del Yo:
Las imágenes arquetípicas son ya a priori tan significativas, que el hombre nunca pregunta qué podrían en rigor significar. Por eso mueren de tanto en tanto los dioses, porque de repente se descubre que no significan nada, que son inutilidades hechas de madera y de piedra, fabricadas por la mano del hombre.
En realidad en ese momento el hombre solo descubre que antes nunca había pensado nada sobre sus imágenes y cuando comienza a pensar sobre ellas lo hace con la asistencia de lo que él llama razón que por cierto no es más que la suma de sus prejuicios y miopías.
Carl Gustav Jung, Arquetipos e Inconsciente Colectivo.
Por más redundante que parezca, en principio puede ser necesario observar que con esta subversión del tema de la crucifixión no se martiriza un cuerpo físico que probablemente ni existió, sino a su imagen. Antes que compadecernos tratando de sanar el sacrificio con culpa, proseguimos su laceración, delatando esa condición de objeto e incluso la artificialidad de tal sufrimiento en una especie de actualización, según la dinámica de movimiento que puede representar la esvástica, que al interior del nazismo celebraría el regreso a Lemuria de la raza atlante, siendo este símbolo relacionado al nórdico originario que se encuentra girando al contrario, como las manecillas del reloj, signo de la atomización y subsecuente mezcla racial de este pueblo, asimilado en ese segundo sentido con el ario. Característica racial que en el caso de la imagen del cristo más popularizada incluso aquí, es particular por sus rasgos rubios, contradiciendo su supuesto origen en lo que actualmente es Oriente Medio y poniendo de relieve la superioridad racial de la evangelización cristiana que, entre otras cosas, supuso una conquista territorial que llegó incluso hasta el exterminio etnográfico en un verdadero holocausto cristiano, extensivamente peor que el nazi.
Con el latín malus [malo] (que yo relaciono con [negro]). Caracterizaba al hombre plebeyo, de piel oscura y cabellos negros hic niger est [este es negro], el autóctono preario de suelo italiano, que se distinguía mucho de la raza dominadora y conquistadora de rubios arios. El gaélico me suministra un indicio semejante: la palabra fin, por ejemplo en el nombre Fin-Gal, término distintivo de la nobleza, que en último análisis acaba significando “el bueno”, “el noble”, “el puro”, significaba antiguamente “el de cabeza rubia”, en contraposición a los habitantes primitivos, de piel morena y cabellos negros. Los celtas, dicho sea de paso, eran una raza completamente rubia. Las zonas de población de cabellos oscuros, que es posible observar en esmerados mapas etnográficos de Alemania, se atribuyen sin razón a origen celta, como hace todavía Virchow; son más bien población prearia, predominante en estas regiones. La misma observación se aplica a casi toda Europa.
Friedrich Nietzsche, La Genealogía de La Moral. Tratado primero: “Bueno y Malo”.
De la exposición de esta obra surgió que inadvertidamente publicáramos su imagen en Facebook desde el perfil de Don Nadie, no sin sospechar cierto riesgo de denuncia por parte de alguno de nuestros criticados del medio del arte local, a quienes justo por esa época cuestionábamos con memes por reaccionarios, sin esperar que ello nos costaría la desaparición de años de publicaciones cuando denunciaron tal cuenta por no estar a nombre propio y luego, la página que abrimos con esta imagen de perfil, ya más específicamente por difundir con ella contenido “irrespetuoso del sentimiento religioso” según lo dicho por la misma plataforma, hasta el punto que actualmente no tenemos presencia en ella más allá de los perfiles personales de cada uno.
Por supuesto, lo fulminante de esa censura hace desconfiar de las mismas redes sociales que nos unen rodeando un régimen de vigilancia generalizada, corrección política, nivelación de las diferencias y restricción de polémicas que hagan más que ruido, rozando algún fondo de problemáticas como efectivamente lo son las bases fundamentales de unas imágenes sagradas, al parecer y en definitiva, estructuralmente intocables.
Paradójicamente, el canal que sí le dio una amplia difusión en sus plataformas web, televisiva e impresa, fue la Casa Editorial El Tiempo, que sumida en esta crisis de los medios tradicionales, hoy parece sufrir una decadencia tan franca que con el presente caso, antes que dar ejemplo de pluralismo, mayormente se delataba apelando a cierto grado de visibilización con alguna dosis de controversia.
No obstante, cuando incluso en el espacio público de la calle también fue censurada la misma imagen que reproducimos en forma de carteles pegados a lo largo de un tramo del recorrido del papamóvil la noche anterior al día que transportaría al papa Francisco, momento en el que ya habían sido despegados casi en su totalidad; para nosotros fue un hecho concluyente de cómo han sido en rigor heredados, al nivel general de la sociedad, estándares de desaprobación convenientes a una religión que se ha legitimidad al nivel de mostrarse incensurable, precisamente a punta de todo tipo de censuras, pasando por quemas de libros, de escritos como este que al día de hoy y por sí mismo, puede ser causal de excomunión.
Sin embargo, antes de provocar algún efecto público ocasionando cualquier imagen fuera de los límites de lo explícito —tanto que también sería razón per se de “excomunión automática por herejía”—, e incluso mejor que terminar aquí elaborando una lectura conceptual de tal obra, llegando a una suerte de punto final para ella, buscamos encontrar algo más que mensurable en palabras, considerable como interiorización a partir del acto no poco sugestivo para el propio subconsciente de romper a mano propia, literalmente pero sobre todo en sentido figurado, el símbolo sacro de un arquetipo tan determinante y por ello, contrario a la voluntad de soberanía sobre sí mismo que puede llegar a implicar precisamente un derrocamiento de paradigmas como el crístico en lo profundo del Yo, tras un descenso a esas zonas oscuras de la propia sombra donde se encubren estas supuestas figuras lumínicas. Ya después de haber comprobado por experiencia y en carne propia la sentencia de C.G. Jung: “Hasta que no hagas consciente a tu inconsciente, va a dirigir tu vida y lo llamarás destino”.
* Texto inicialmente basado en el que correspondió a El Sendero de la Mano Izquierda, evento realizado en compañía de la Iglesia Mayor de Lucifer y posteriormente anexo en la presente versión, al documento de Reconocimiento de Apostasía firmado por sus autores posteriormente a la Noche secular: Apostasía Colectiva, concebida en compañía de un líder ateo de la Comunidad Secular. Los dos momentos celebrados por Don Nadie en Espacio ArtVersus trazaron el principio y fin de un ciclo trascendental para nosotros en este lugar.
@EspacioArtVersus
El siguiente documento fue utilizado durante una jornada de apostasía realizada en ArtVersus en Bogotá, Colombia.