“Man, as we realize if we reflect for a moment, never perceives anything fully or comprehends
anything completely”.
Carl Jung
“Le domaine du mystère est celui qui nous promet les plus belles expériences”
Albert Einstein
Poco tiempo después de su inesperada muerte, aquella noche del año 1994, tomos y volúmenes que recopiló con paciencia y rigor durante más de sesenta años, y que conformaban la totalidad de su colección, fueron desapareciendo lentamente. El destino de los libros será siempre un enigma para mí.
Nació el 23 de agosto de 1923. Por su temprano interés en los libros y su entrega a la lectura, trece años más tarde recibiría de manos del director de la Biblioteca del Centenario, Alfonso Zawadzky, S.J., un ejemplar de la colección Vidas de Grandes Hombres, de Seix Barral, sobre la biografía de Napoleón, que como Premio de Lectura Metódica se le otorgaba por la asiduidad de sus visitas a la biblioteca durante las horas de trabajo escolar, pero sobre todo en las horas de ocio y descanso. Desde entonces y para siempre, el vasto universo de los libros y la lectura se revelaría ante el niño como una ruta de aprendizaje y de conocimiento, de aprehensión del mundo real y visible, como también de exploración del infinito universo de lo simbólico, lo divino, lo mágico y también de lo oculto. La biblioteca, como recinto y laberinto, sería siempre para él su fortaleza, su lugar de acción y proyección, de introspección y de refugio.
Escritos en varios idiomas, cada uno de los ejemplares de la colección se había encontrado buscando con paciencia o por una casualidad del destino —serendipia o sincronía—, tanto en las estanterías de las librerías Buchholz, Central y Francesa, como también en los depósitos de libros antiguos, viejos y usados de la carrera octava, en el centro de la ciudad. Drama y teatro, máscaras, títeres y marionetas; historia del arte, filosofía, teología e historia de las religiones; civilizaciones antiguas, Grecia, Roma y todo el Lejano Oriente; psicoterapia y humanismo, psicoanálisis y psiquiatría; estos temas, junto a otros más, llenaban generosamente con sus títulos los estantes de aquella colección. A Streetcar Named Desire; Long Day’s Journey Into Night; The Complete Works of Oscar Fingal O’Flahertie Wills Wilde: Stories, Plays, Poems and Essays; The Advanced Learner’s Dictionary of Current English; Diccionario manual griego-español Vox; Resumen de Gramática Latina; Hellas: Land und Volk der alter Griechen; Le Théâtre Grec; La Mise en Scéne Théatrale; Shakespeare et le Théatre Élizabéthian; Hamlet and Oedipus; What Happens in Hamlet?; The Œdipus-complex as an Explanation of Hamlet’s Mystery: A Study in Motive; The Unheard Cry for Meaning; Socrate et la conscience de l´homme; El hombre en busca de sentido; El hombre y sus símbolos; El hombre que sabía demasiado.
La biblioteca se distribuía entrópicamente por los corredores y en cada una de las habitaciones de la casa donde nací y crecí. Sus viejas estanterías, plenas y abarrotadas, las cuales condicionaban visiblemente el espacio doméstico y cotidiano del hogar, alojaban de modo singular cada uno de los ejemplares de la colección, en una disposición que oscilaba armónicamente entre el orden y el caos, un caos que era solo aparente, pues en el desarreglo había un sistema y en ese sistema, un orden. En esas mismas estanterías yo había encontrado un universo amplio y abierto para mí, una ruta de aprendizaje y de conocimiento, de aprehensión del mundo real y visible, como también de exploración del universo infinito de lo simbólico, lo divino, lo mágico y lo oculto. “Dans des cas d’hystérie collective particulièrement prononcés (autrefois appelée ‘possession’) la conscience et les perceptions sensorielles ordinaires semblent subir un éclipse”1. La biblioteca, como recinto y laberinto, sería uno de los primeros teatros de mi imaginación.
Durante los días y las semanas posteriores a su deceso comprendí la inminencia de la segunda desaparición, acaso tan significativa como había sido la primera: con la muerte del guardián —bibliófilo, coleccionista— moriría también el cuerpo de su colección. En la antesala de los hechos vi y oí cómo, sin anunciar, fueron acumulando los libros dentro de una misma habitación, aquella en la que por años se había refugiado, aprovechando cada día la serenidad de la noche para sentarse a leer. Entonces, en unas cuantas visitas furtivas, en silencio fui tomando todo aquello que tenía más significado para mí, los libros en los que junto a él había descubierto tan temprano mis primeros intereses e incluso, acaso, fascinaciones. J’Aime le Theatre; Le Labyrinthe; Le Miroir de la Magie: Histoire de la Magie dans le Monde Occidental; Les Arts Magiques; L’Homme et ses Symboles; Dance and Drama in Bali; Grecia: el país y el pueblo de los antiguos helenos; Psicoanálisis y existencialismo; La música callada. En la antesala de la desaparición, alcancé a tomar para mí un poco más de un centenar.
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Mientras escribía este texto, recientemente oteaba en un sueño hacia el interior de un amplísimo recinto. Lleno de una luz blanca y transparente, estaba flanqueado por dos anchas escaleras de acceso en sus extremos y ventanas en cada uno de sus muros, las mismas por donde el recinto se llenaba diáfanamente con toda esa luz. Había estanterías, y en las estanterías, sus libros. En este recinto había un público numeroso, el cual estaba compuesto por jóvenes lectores de distintas edades que abrían tomos y volúmenes específicos de la colección: las ediciones en pasta roja con las Obras completas de Gregorio Marañón. En la incertidumbre he imaginado, cuando no anhelado, que todos los libros, sus libros, que existen hoy en otro lugar hayan sido para muchos una ruta de aprendizaje y de conocimiento, de aprehensión del mundo real y visible, como también de exploración del infinito universo de lo simbólico, lo divino, lo mágico y también lo oculto. En la ausencia de la biblioteca y en el enigma de su desaparición, un sueño de luz y de libros, de herencia y transmisión, ilustra en pleno la oración: “Habent sua fata libelli” (Los libros encuentran su destino).