LA PRIMAVERA TRANS
Tomás Espinosa, Artúr Van Balen & Red Comunitaria Trans
Entrevista: Sergio Enciso
Tomás Espinoza conoció la Red Comunitaria Trans en 2015. Quería hacer una instalación en el barrio Santa Fe. La idea era construir un glory hole hecho con espejos de 2,20 × 1,70 m. Para esto, se puso en contacto con las chicas trans de la Red porque sentía que el espejo tenía una relación muy fuerte con su cuerpo: es deseado y amado por ellas mismas, pero a su vez, para poder llegar a ser un cuerpo verdadero, necesita ser operado, destruido y reconstruido; es un cuerpo deseado en secreto por sus clientes y rechazado hipócritamente por ellos mismos; es violentado, golpeado, negado y asesinado; está en constante escrutinio y en reiterado rechazo. Durante cuatro noches completas estuvo el glory hole en las calles del barrio. La experiencia fue tan poderosa que Tomás y las chicas de la Red decidieron seguir trabajando juntos.
En 2017, Tomás y Artúr Van Balen realizaron su primera colaboración en el Festival of Future Nows en Berlín. Mi cuerpo es mío fue un performance en el que, en las afueras del museo Hamburger Bahnhof, las personas podían jugar con una serie de figuras ambiguas, gigantes e inflables, que se asemejaban a cuerpos, frutas o vegetales. Esas figuras estaban inspiradas en las pequeñas cerámicas que Tomás había estado haciendo como parte de su trabajo y fueron convertidas en objetos gigantes siguiendo la técnica de Artúr. Tomás pensó que esa era una idea que podía llegar a implementarse en Bogotá.
El recorrido de La Primavera Trans, realizada el 5 de julio de 2019, fue diseñado para recordar a las personas trans asesinadas en el barrio. En las diferentes paradas de la marcha se pusieron placas de cerámica para evocarlas.
A su regreso a la ciudad, en 2018, Tomás, Artúr y a los miembros de la Red desarrollaron durante un mes una serie de talleres tres días por semana. En ellos empezaron a discutir su relación con la marcha trans; se preguntaron por qué marchaban, por qué para ellos la marcha era importante y qué era lo que querían alcanzar con ella. Intentaron llegar a un acuerdo sobre un símbolo que los representara: dibujaron flores, gatos y penes, pero también dibujaron cuerpos. Hablaron sobre sus cuerpos trans y sobre la violencia que se ejerce sobre ellos en el barrio Santa Fe. Y construyeron como colectivo una muñeca negra. Escogieron ese color porque resaltaría con el gris del cielo de Bogotá; porque ese es el color del pasado de Colombia, un pasado que borra y oculta; porque negra es la terrorífica historia de violencia que está ahí guardada y olvidada; porque negro es el color de las mujeres trans en la oscuridad, escondidas en el barrio Santa Fe; porque negro es el color del luto y el color de la pobreza, y porque muchas de ellas son también mujeres negras.
En esa primera experiencia no había mucha participación de chicos trans. La mayoría de quienes participaban en la Red y los talleres eran mujeres y por eso construyeron un cuerpo trans femenino. Yoko Ruiz, la directora actual de la Red, fue la modelo para ese cuerpo; de ella hicieron un molde al que le realizaron los cambios que ellas mismas consideraron necesarios: le añadieron más tetas, le pusieron más culo o le quitaron cintura. Cuando el prototipo estuvo listo, lo agrandaron ocho veces hasta tener un inflable de quince metros de largo.
Tomás cuenta que al principio la gente no entendía, pues sólo percibían la figura confusa de una bolsa negra. No sabían cómo se iba a inflar ni qué iba a suceder. Pero después, al ver cómo crecía, algo en los habitantes del barrio y en los miembros de la Red hizo clic y la gente comprendió que era el arte lo que unía todo. Que era el proceso de hacer los inflables lo que los uniría como amigos y construiría comunidad.
Había tanta gente interesada en participar en la hechura de la muñeca —entre treinta y cuarenta personas— que decidieron conformar comités: el primero era el comité del Transancocho, un grupo de personas encargado de la alimentación y del cuidado de los participantes, al que incluso se invitaba a los habitantes de calle; el segundo era el de redes sociales, cuyos miembros provocaban a la comunidad, generaban presencia en internet, hacían videos en los que le informaban a la gente sobre la marcha y convocaban a la participación; el tercero era el comité de logística, que se encargaba de la organización de la marcha y la gestión de los permisos, y el último era el comité de los inflables, en el que estaban Artur y Tomás, quienes guiaban los talleres. Nadie iba obligado, a nadie se le decía lo que tenía que hacer, la gente hacía lo que quería con gusto.
En medio del trabajo de los comités y de la charla surgió el lema “Yo marcho trans”, para la tercera marcha en el 2018. Al mismo tiempo, Juan Pelos Ozico fue registrando lo que sucedía. Un documental dirigido por él y producido por la Red Comunitaria Trans nació de todas las horas de trabajo. Las personas que participaron en el proceso se vieron reflejadas en él y quienes no estuvieron, al verlo, se sintieron interpelados y quisieron participar en la edición del año siguiente.
La Primavera Trans —el nombre que ha recibido la marcha trans separada de la LGBTI— está muy alejada de la Marcha del Orgullo LGBTI en Bogotá, del Pride y la de la historia norteamericana de Stonewall, así como de aquellas identidades que se han convertido en normativas, que excluyen a las personas trans y que nos hacen olvidar cada vez más nuestras propias identidades e historia. Por eso, en 2019 se diseñó una ruta cuya misión era recordar una historia de 30 años de violencia que han narrado día tras día las madres, las mujeres trans que más tiempo llevan en el barrio: las dinámicas de la prostitución en el barrio Santa Fe, las granadas, la limpieza social y los asesinatos. Una verdadera topografía del terror —como la define Tomás—, que detenía y se tomaba el barrio en sus horas más movidas de un viernes en la noche. La cuarta marcha fue un ejercicio de memoria para recordar las muertes de las personas trans y para dignificarlas dentro de esa zona, dentro de la narración de la historia y dentro de la comunidad. En cada parada se puso una placa de cerámica para evocarlas.
Yoko Ruiz, directora de la Red; Ángel López, asistente administrativo, y Johanna Pérez, miembro de la Red y estudiante de licenciatura en Educación Comunitaria, hablaron de La Primavera Trans, de los talleres para hacer los inflables negros y rojos, de la historia de la Red Comunitaria Trans y de las marchas.
Fotografía - Photograph: Juan Pelos Ozico
Yoko Ruiz: Nosotras somos una organización comunitaria. Nuestra base principal ha sido esa, aprender a reunirnos como comunidad. Somos una comunidad trans, estamos acá y hemos sido trabajadoras sexuales toda nuestra vida. Antes de las políticas públicas había mucha violencia contra las chicas trans en las diferentes zonas de trabajo sexual: en el Siete de Agosto, en la Primero de Mayo y acá en el barrio Santa Fe. Aquí venían, nos asesinaban, nos golpeaban, nos discriminaban. Vivíamos en un círculo de pobreza y vulnerabilidad todo el tiempo y tampoco había un grupo organizado dentro de nosotras. Éramos las putas y a nadie le importábamos, éramos trabajadoras sexuales pobres y siempre estábamos sometidas.
Sobre nosotras recaía un estigma: se dice que somos violentas, las más borrachas, las más drogadictas de todas las sustancias; han dicho que somos las más locas y que violentamos a todo el mundo. Esa idea no nos permitía acceder a derechos como la educación, la salud o la vivienda. Siempre estábamos sometidas. Se dice que si eres trans solamente puedes vivir de esto, si eres trans solamente puedes ser puta y peluquera; se dice que tenemos que sentirnos humilladas, porque por ser trans sólo podemos estar en esto. Ese prejuicio no nos permitía organizarnos con otras chicas de otros niveles educativos o sociales, a pesar de que la realidad sea que no todas las chicas trans son pobres ni que a todas las han echado de la casa. Incluso algunas compañeras cuentan con el apoyo de sus padres; algunas son de clase alta, de clase media, de clase pobre.
Sin embargo, un día intentamos integrarnos, intentamos reunir nuestros conocimientos para poder encontrar una manera de acceder políticamente a reclamar nuestros derechos; por fortuna, desde ahí, por medio del arte, nos encontramos todas. Primero, salió un programa para hacer una muestra artística de las chicas trans, pero ¿artístico que íbamos a hacer nosotras? Decidimos formar un grupo de danza folclórica e hicimos baile árabe. Aprendimos el baile del vientre y éramos todas coordinadas, casi quince chicas disfrazadas con trajes árabes en una tarima, pero eso sí, todas coordinadas. Esa fue la primera vez que la gente nos aplaudía, no porque éramos las putas o las trans, sino porque nuestra muestra de danza era buena. Éramos las trans las que lo estábamos haciendo tan bien, y eso nos dio la oportunidad de poder integrarnos y poder decir “vamos a hacer entre nosotras los trajes, vamos entre nosotras a conseguir la canción y el profesor”. Eso nos hizo sentir dignificadas y un poco incluidas.
Toda esta magia de la Red ha sido creación de Daniela Maldonado y de Catalina Ángel. Ellas son sus fundadoras; de ellas nació la Red Comunitaria Trans, con otras chicas de diferentes edades. Daniela nos dijo “¡Unámonos, montemos nuestra organización y aprendamos de otras organizaciones! ¡Aprendamos cómo se hace para tener papeles, para tener un lugar!”. Todo era un sueño. Nosotras ensayábamos en una sala superpequeña y toda esa historia ha pasado aquí dentro del barrio Santa Fe, en la zona de tolerancia, en la ciudadela donde las chicas trans pueden ser. Aquí uno sale y sabe que va a la tienda y el vecino lo va a tratar como una mujer, los niños que viven alrededor no van a estar asombrados diciendo “¡Mire la trans!”, o si voy al supermercado a hacer compras en piyama, como lo hacen las otras personas, nadie me va a criticar ni a señalar. Si uno se sale de esta zona, siente ese tipo de discriminación. Pero aquí no pasa eso, lo que permite que las personas puedan tener una libertad de expresión más amplia, y poder ser y mostrar su identidad de género y ser respetadas como mujeres.
Fotografía - Photograph: Juan Pelos Ozico
Comenzamos con una entidad que estaba manejando un proyecto de VIH por medio de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Convocaron a chicas de toda la ciudad para que participaran y se nos dio la oportunidad de conocernos con otras integrantes que estábamos de la Red y con quienes hemos participado. La Red ya lleva ocho años en los que hemos estado diferentes chicas: algunas han migrado —porque el sueño de muchas era irse para Europa y vivir el sueño de la trans europea, algunas viajan detrás de eso—, otras han estudiado, otras se han enfermado, otras más han muerto. Siempre ha habido una evolución dentro de la Red y pues ahorita las que estamos somos una nueva junta directiva, otro nuevo grupo de chicas que estamos también.
Ya cuando vimos que comenzaron las políticas públicas LGBT, Daniela nos hizo caer en cuenta de que no estaban funcionando; veíamos que eran para unos cuantos. Cuando se hablaba del tema trans, vimos que no se estaban refiriendo a nosotras. Esas políticas públicas eran simplemente para los chicos gais y las chicas lesbianas, y cuando se hablaba del tema trans eran los gais y las lesbianas que hablaban por las trans. Siempre había un discurso de “yo vengo en representación de mis hermanas trans”, y nosotros los cuestionábamos: “¿Cómo así? ¿Tú eres una lesbiana o eres una trans? ¿Tú eres un gay o eres una mujer trans? ¿A qué te refieres?”. No nos dejaban hablar a nosotras porque presumían que éramos brutas, no nos dejaban expresar ante los políticos, siempre debíamos tener un traductor para eso.
Por intermedio de Catalina y de Daniela, logramos comunicarnos con la Red Latinoamericana y del Caribe de Personas Trans (RedLacTrans). Allí nos dieron la oportunidad de empoderarnos, de conocer más de la organización, de derechos humanos, de poder viajar y de aprender a sistematizar las violencias, todos esos asesinatos que han pasado en el país con las personas trans. Colombia ha tenido niveles de violencia que suben y bajan[1]. A medida que el gobierno y la administración cambian, comienzan a dar sus discursos de odio contra nosotras. Nunca se acuerdan de nosotras, pero cuando hay elecciones, los de la derecha lo primero que dicen es que las trans somos las putas, que somos la vergüenza, que hay que sacarnos, que no tenemos derechos, y comienzan a perseguirnos. La gente empieza también a ser agresiva porque se contagia de ese discurso que al final es un discurso de odio. En cambio, nosotras hemos sido una generación de mujeres que se empoderaron, tomaron la vocería y comenzamos a representar lo trans. Nosotras, las que vivimos aquí, ejercemos trabajo sexual, trabajamos por vivir, por tener una vivienda, por tener dónde alimentarnos, por pagar servicios, comer, o sea, por sobrevivir en medio de tanta opresión y por ejercer nuestros derechos.
Esa articulación entre nosotros y la RedLacTrans nos permitió ver que en todos los países de Latinoamérica pasa lo mismo y que la expectativa de vida de las chicas trans es 35 años. Cada ocho días se contaban cincuenta o sesenta personas trans asesinadas, pero mataban una y salían cinco. No las querían ver y las mandaban matar, pero salían entonces muchas más. Y de ahí surgió un poco lo de La Primavera Trans, porque nosotras éramos esas flores que salían de la maleza y se resistían y luchaban y guerreaban. Y siempre hemos sido así: nos matan, pero seguimos floreciendo.
1. Según Colombia Diversa, en el 2017 asesinaron a 109 personas LGBTI. Las mujeres trans fueron el segundo grupo más afectado, con 35 víctimas, luego de los hombres gay, con 45. El informe concluye que la violencia por prejuicio afectó en mayor medida a las mujeres trans, porque a 17 de 35 las asesinaron por su identidad de género. http://informelgbt2018.colombiadiversa.org/
Fotografía - Photograph: Juan Pelos Ozico
Podrán arrancar todas las flores,
pero no podrán matar la primavera.
Johanna Pérez
Fotografía - Photograph: Juan Pelos Ozico
Yoko: En toda Latinoamérica, hay mujeres trans; ejercemos peluquería, trabajo sexual, vivimos la misma condición del círculo de pobreza. Algunas pocas pueden estudiar y largarse para Europa o para Estados Unidos a vivir tranquilas, a tener más derechos, a estar socialmente cómodas, pero aquí el acceso a la vida y a la vivienda es muy difícil. Nuestra vida entera es un guerreo, un trabajo, una experiencia que tiene que ser valorada, respetada por una memoria, porque en la historia del movimiento las personas trans siempre hemos sido borradas. Tú miras hacia atrás y es como que nos van borrando de cátedras, siglo tras siglo, de la historia. Y de ahí nació la idea de hacer la marcha trans.
Nosotras veíamos todos los puntos del Santa Fe donde han muerto chicas. Nadie se acordaba de eso. Pero para nosotros la marcha era esa rebelión, implicaba tener la libertad para decir “¡Este es mi cuerpo, yo soy así y mi cuerpo es mío y quiero visibilizarlo!”. Cada uno tenía su expresión, pero para nosotras era importante como grupo decir que también nos están matando y que estamos mamadas de eso. Pero su reacción hacia nosotros era “¡Quite de ahí que hacen estorbo!”. Ahí viene la caravana de Theatron, la de la gran música con los chicos en tanga mostrando el huevo, tirando publicidad, para que todo el mundo vaya a la discoteca. Pero allá a nosotros no nos dejan entrar y en el Santa Fe nos están matando. “¡Pero qué maricas tan cansonas! ¡Se emborrachan, se empelotan acá y vienen a montar su show! No sean cansonas —nos decían—, hay otros espacios para que hagan eso, esta es la Marcha del Orgullo”.
¿Del orgullo de qué? ¿De que de verdad nos están matando y a nadie le importa? Por eso nos mamamos y decidimos empezar a organizarnos aquí en el barrio y a decir entre nosotras que íbamos a hacer nuestra propia marcha. No una antimarcha, sino una marcha entre nosotras, haciendo memoria, recorriendo el barrio, visitando esos puntos donde habían muerto las chicas, llevándoles un homenaje en flores, recordando el nombre de algunas. En varios puntos esos asesinatos han sido repetitivos; hay lugares donde han matado cuatro o cinco chicas en momentos diferentes. Hay esquinas que algunas chicas dicen que están empavadas, saladas o malditas. Íbamos y hacíamos memoria en esos puntos y después nos uníamos a la marcha grande LGBT. Nuestra marcha nació en la misma fecha los primeros años, y dentro del grupo, la organización, quienes la hacíamos decidimos llamarla así: La Primavera Trans, porque con ella recordábamos la historia de la primavera.
Ahí, también en ese momento, Tomás apareció en nuestra vida. Comenzamos a hablar del arte que él y Artur hacían, de sus inflables allá en Alemania, de su trabajo, del performance que hacían en Berlín. Nos mostraron los inflables tan chéveres que hacían y empezó a venir aquí todo un grupo de gente: artistas, comunicadores sociales, chicas trans de todos los lugares de la ciudad, fotógrafos y modelos. Personas de otras ciudades comenzaron a llegar y a unirse, y nosotras veíamos que ¡wow! eso no está solo, en redes sociales empezamos a hablar un poco del tema y a hacer La Primavera Trans. A hacer una marcha un poco más grande, a hacer crecer el movimiento trans.
Ahora tenemos aliados de todas las clases aquí en la Red y contamos con nuestro propio protocolo. Tuvimos también la oportunidad grandiosa con Tomás de todo lo que pudieron ellos gestionar para venir a apoyar a la Red Comunitaria Trans en lo relacionado con la marcha. Ellos llegaron acá, hicimos una convocatoria y comenzamos a llamar a la
gente, comenzamos a reunirnos, a hacer el desayuno y el almuerzo; la idea era también esa, unirnos por medio de la barriga, y empezamos a pensar en cómo podríamos representar y hacer memoria sobre el tema trans y sobre nuestro cuerpo. Y hablábamos de eso, del hecho de que al final a nadie le importan las chicas trans, de que la gente se ofende cuando ve a una chica trans y dice: “¡Mire, no es una mujer, es un hombre, y está con las tetas al aire!”. Y eso da para un escándalo. En la ciudad el cuerpo da vergüenza, sobre todo el cuerpo trans, pero si van a la playa, allá el cuerpo no es un escándalo y todo el mundo sale en bikini y en tanga. Aquí, la gente prefiere que nos maten. “¡Menos mal las quitaron de ahí porque vivían mostrando las tetas!”, dicen.
¿Cómo representábamos nosotras estos cuerpos que a nadie le importan? Entre la búsqueda de los materiales y todo lo que pasó decidimos hacer un inflable negro, un inflable de la memoria, de luto. Yo fui parte del molde de ese cuerpo y con eso logramos visibilizarnos más. Para nosotras fue una experiencia grandiosa, porque estuvimos aquí día y noche aprendiendo cómo hacer ese monumento tan gigante. Nunca nadie antes, ni siquiera la marcha LGBT, había tenido un inflable tan gigante.
Uno llegaba al mediodía y lo recibía un olor así delicioso, a almuerzo. La gente llegaba y esto se llenaba de manera impresionante. Todo el mundo comía, y cuando terminábamos de comer, nos poníamos a cortar. Del inflable sacamos primero un modelo pequeño, que fue para aprender a hacerlo, para aprender a cortar, a manejar los materiales, a sacar las medidas de las piernas, de los brazos, y a pegarlos. Ellos también traían unas máquinas especiales, como unas prensas que daban calor y permitían que el plástico se pegara.
Fotografía - Photograph: Juan Pelos Ozico
Fotografía - Photograph: Juan Pelos Ozico
Ángel López: Eso fue innovador. Siempre ha sido innovador el proceso de los talleres y de creación, pero como este fue el primero, fue como algo nunca antes visto en el barrio. Fue algo nuevo para las personas que pertenecían a este lugar y para todos los que caemos a la Red Comunitaria. Ahí se fueron fortaleciendo los lazos entre los miembros del equipo. Yoko fue nuestra modelo del inflable, y por eso estuvieron todas unidas poniéndole el vinipel, cortando, untándole crema para que respirara. Fue algo muy bonito porque se hizo entre familia, pero tener a Artur y a Tomás a nuestro lado fue en realidad lo que unió a este equipo.
Este proceso sucedió antes de que naciera Luchi, la hija de Daniela Maldonado y de Máximo. Entonces, también fue todo un proceso cuidar a esta persona que iba a nacer y rodear y cuidar a Máximo en su embarazo. Fue muy bonito. Ahí fue donde nos articulamos con otros colectivos, con Diamantina, con Sebastián, con el Olimpo. Fue como tejer esa alianza en torno a una apuesta política.
Yoko: Antes, cuando hacíamos nuestras primeras marchas, salíamos con nuestra bandera rosada, azul y blanca, acá en el barrio, y llevábamos flores al monumento de Leo Kopp. Él está en el cementerio Central y es como un santo para las putas y para algunas chicas trans del barrio. Ese es el único cementerio en el que te piden cédula para ingresar, y como algunas chicas trans no tienen cédula, no podían entrar. Pero igual ellas creen en él. Entonces Matilde Guerrero nos hizo la escultura de Leo Kopp para que algunas chicas vinieran, y le hablaran al oído y le pidieran favores.
Nosotras hacíamos nuestra marchita acá con nuestro Leo Kopp. La gente se preguntaba cuál era el escándalo de las maricas? La gente no entendía por qué gritábamos que somos malas y podemos ser peores, o que aquí estamos y vamos para adelante, que aquí está La Primavera Trans y que vivimos en el barrio y que podemos desaparecer. Muchos escuchaban nuestras arengas y se nos unían, y otras personas del barrio se asomaban por las ventanas, nos tiraban flores y aplaudían.
En esa tercera marcha ya llevábamos el inflable negro, que se veía hermoso por toda la ciudad. Lamentablemente, ese día tampoco pudimos sacar nuestra carroza. Gestionamos el dinero para poder pagarla y pusimos el carro. Nos hicieron cambiarlo tres veces por la revisión automotriz. Nada les servía. El último que les llevamos cumplía con todos los requisitos, nos lo revisaron y dijeron que estaba perfecto, pero ninguna podía ir montada. Sólo podían ir el DJ y la decoración ahí. “Bueno”, dijimos. Pagamos millón y punta para que pudiera desfilar la carroza. Al menos la llevábamos, era la primera vez que había una carroza de las chicas trans en la marcha y no nos la había pagado ni el Estado ni nadie. Nosotras mismas la gestionamos.
Cuando llegamos a buscar la carroza para que saliera con el inflable, no estaba. Nadie sabía dónde estaba y los compañeros corrían buscándola. Cuando apareció, arriba del Parque Nacional, la hallaron desbaratada. La carroza tenía una llanta lisa y por eso no la dejaron salir. De las 18 llantas que tenía, no pudo salir porque una estaba lisa, no fuera que matáramos a cien personas por una llanta. Habían desarmado toda la carroza y habían botado a la basura la decoración. Fuera de eso se robaron una consola de sonido de cinco millones de pesos del DJ que iba a tocar, un DJ que nos había prestado el club El Mozo para que estuviera con nosotras.
Quedamos embaladas y, además, humilladas. ¿Qué fue lo que pasó? Nadie nos respondió: ni los de logística, ni la policía, ni la organización, nadie. De malas las maricas. Nos pidieron que no les habláramos a los medios de ellos porque, a su juicio, nosotras somos unas desordenadas, no estábamos proyectadas para un evento como ese y queríamos ser opulentes y descrestar. Según ellos, nosotras debíamos aprender a unirnos a los que son, a los que llevan la logística para que aprendiéramos cómo se debía hacer y participar con todas las de la ley. Ya con eso entendimos todo y decidimos divorciarnos. Por lo anterior, este año la cuarta marcha trans la hicimos separadas de la marcha LGBT.
Fotografías - Photographs: Tomás Espinoza
Fotografía - Photograph: Juan Pelos Ozico
Fotografía - Photograph: Juan Pelos Ozico
Johanna: Y este año, pese a que no fuimos, a la compañera Laura Weinstein la agredieron verbalmente. Ella estaba dando un discurso para las compañeras trans en la plaza de Bolívar y los hombres homosexuales empezaron a gritar “¡Música, música, música!”. Era un discurso referente a todo lo que pasa con nosotras. Entonces ya quedó más claro que en esa marcha no somos bienvenidas.
Sucedió lo de la carroza y luego lo de Laura, y quién sabe el año entrante qué vaya a pasar. Lo que le ocurrió a Sylvia Rivera en Stonewall, hace 50 años, vuelve y pasa este año aquí: nos callan, nos invisibilizan, se desconoce la historia y seguimos en esos márgenes de estigmatización, de violencia y discriminación por parte de nuestros pares. Eso queda evidenciado en estos espacios.
Dos meses después de que nos robaron la consola, se hizo la primera fiesta trans para recolectar cinco millones de pesos y pagarle su consola al DJ. Este año también vamos a hacer la Furia Trans Party, el 18 de octubre. Así que eso no fue sólo para mal, fue para bien, porque con ese dinero que recolectemos vamos a pagar nuestro viaje a México.
Yoko: Vamos a llevar los inflables y el documental a México para apoyar la marcha, la remembranza trans, de México.
Ángel: El inflable se fue desinflando a medida que la lluvia arreciaba y llegaba a la plaza de Bolívar, pero la gente estuvo hasta el final, como protegiéndolo. Se veía hermosa esa escultura negra flotando por toda la ciudad y en plena plaza de Bolívar. Llegó al frente, a la tarima, aunque nosotros casi ni llegamos. La gente se apropiaba de él a medida que avanzaba. El rojo fue bien distinto porque gracias al negro, gracias a la tercera marcha trans, la Red aumentó su poder de convocatoria; por eso, cuando llamó a la construcción de los inflables para la cuarta marcha, llegó una cantidad de gente de unos parches distintísimos, como Las Alienadas y Los Atravesados, que son parches de hombres trans. Llegaron universitarios, gente de aquí del barrio, y las personas que habían aprendido a hacer el inflable en la tercera marcha pudieron ayudar en la construcción de los de la cuarta. Entonces, eso fue un proceso para arriba, ascendente. Ya como todos eran más duchos haciéndolo y tenían más retentiva con la técnica, pues en vez de construir uno en 30 días se hicieron tres.
Johanna: Ya no fue un sólo muñeco, fueron tres. Había cuatro piezas: una era un cuerpo trans masculino que se hizo acá, otra era un cuerpo trans femenino que también se hizo acá, otra era un cuerpo intersexual que se hizo acá con las compañeras que vinieron de Cali, y la última fue un corazón que hicieron en la cárcel.
Yoko: Nosotras tenemos un proyecto que se llama “Cuerpos en prisión, mentes en acción”, el cual nos sirvió para unirnos con las chicas. Este era su aporte también, esta también es su memoria; ellas también están resistiendo. A pesar de que están encerradas, se siguen uniendo a su único contacto exterior: nosotras. Esa era su participación y era importante que tuvieran esa parte.
Ángel: “Cuerpos en prisión, mentes en acción” es un proyecto de Catalina Ángel. Ella estuvo recluida un tiempo y desde la cárcel vio la necesidad de construir un grupo que fuera una red de afecto para ayudar a solucionar algunos problemas, pero que también sirviera para consolidar una comunidad. En la Picota, donde trabajamos, hay un concepto de comunidad entre los chicos gais y las mujeres trans, principalmente, porque ante tanta violencia estructural y física, y tanto machismo que se vive en la cárcel, pues lo mejor es estar acompañadas de las pares.
Este grupo viene trabajando desde hace cuatro años, prestando apoyo psicosocial, acompañamiento legal, afectivo, emocional y, sobre todo, asistencia en resolución de conflictos. Nuestro ideal es ir cada quince días, aunque hay situaciones que se salen de control. Tomás dictó el taller allá, fue con nosotros un solo día. El inflable salió de ese taller. Fue una idea de ellas y fue algo sencillo, un corazón sencillito por cuestiones logísticas, porque no se pueden llevar metros ni motores, ya que la cárcel es algo muy complicado. Necesitábamos recursos que nos facilitaran la construcción del inflable. Nosotros desde aquí no las olvidamos.
Yoko: Este año manejamos nuestra marcha el 5 de julio. Esta vez apostamos definitivamente a no ir a la marcha LGBT porque la T se separó. Hicimos propaganda de divorcio con frases como “Amiga, date cuenta de que los gais no te quieren, las lesbianas te desprecian; la Marcha del Orgullo es orgullo para ellos, nosotras mejor divorciémonos”. La promoción funcionó bastante porque logramos separarnos y volvimos a tener a Artur y a Tomás acá en Colombia, volvimos a hacer el mismo proceso con varias personas que vinieron a participar.
Con la cuarta marcha comenzamos a ver que nos estaban parando más bolas, la comunidad del barrio estaba pendiente de nosotras, incluso la misma comunidad lesbiana, gay y bisexual, que está siempre entre la rosca de los políticos. Nosotras, aquí con nuestro tema de derechos, comenzamos a recibir más aliados, abogados, estudiantes de diferentes universidades de derecho; ellos empezaron a darnos talleres y diferentes herramientas para poder defendernos y entrar también en ese tema político. Ahí vamos; algunas se están empoderadas en eso.
Johanna: Este año los inflables eran rojo sangre, por toda la sangre que se ha regado. Porque la policía nos ha asesinado, porque el trabajo sexual no ha sido digno. Rojo también es el color del amor y de la prostitución. En la revista Shock dijeron que han sido más de 2.500 personas.
Yoko: Para nosotras fue una experiencia única, porque las personas de esa marcha LGBT tan multitudinaria entendieron nuestro mensaje y decidieron apoyarnos. Al principio nos asustamos un poco porque decidimos hacer un magno evento. Como a los vecinos no les había gustado Sound System, entonces esta vez lo trajimos más grande y lo movimos por todo el barrio. También estuvieron House of Tupamaras, hubo un chico que vino e hizo un show con fuego, estuvieron la Banda de Radamel, el colectivo Severa Flor de Neiva y El Engaño nos colaboró con las placas en cerámica para pegarlas y hacer memoria donde habían fallecido las chicas. Tuvimos también una experiencia conmovedora, que fue haber podido reunir en medio de la organización de la marcha a dos familias con dos historias muy diferentes que tienen que ver con la vida y la memoria trans.
Una madre vino desde Neiva a pedir justicia por su hija, a la que asesinaron aquí en Bogotá. El chico que la mató está preso, pero lo iban a soltar. La mamá está siempre pidiendo justicia detrás de este caso. Nuestros casos siempre los hacen ver como crímenes pasionales.
Fotografías - Photographs: Juan Pelos Ozico
Fotografía - Photograph: Juan Pelos Ozico
Nos aman tanto que nos asesinan.
Johanna
Fotografía - Photograph: Juan Pelos Ozico
Yoko: Siempre dicen que alguien mató una marica porque era peligrosa, alcohólica, agresiva, porque viven entre las armas, entre ladrones. Los mismos abogados hunden de una estos procesos por el prejuicio que hay detrás de las vidas de nosotras.
A esa misma marcha decidimos invitar a los nuevos niños trans; aquí también a veces nos reunimos con algunos de ellos y con sus familias, viene su papá, la mamá con su niña. Algunos de cinco o siete años que tienen su identidad y sus papás la entienden. Ese día vino una niña trans y se sentó con la mamá, que estaba visitándonos acá. Ella recordaba cómo se arrepentía de que a los siete años su hijo le hubiera dicho que él era una niña y ella no la hubiera apoyado. Ella terminó su bachillerato por complacer a su mamá, pero apenas tuvo su cédula se robó una plata y se fue de la casa. Ese fue su premio por haber aguantado tantos años. Con eso se vino para Bogotá, se metió las tetas, se puso bella y se puso a putear. Estaba regia y tenía un italiano espectacular que se enamoró de ella. Se la llevó un tiempo, le dio plata para la casa de la mamá, carro y todo para que se quedara allá en Italia. La tenía viajando y todo. Pero ella se había enamorado de un chico acá y pues volvió a darse unas vacaciones, a ver a sus amigas y a ver al chico. Y el chico terminó asesinándola porque él quería que se lo llevara para Europa, pero se había entregado a las drogas, y ella le dijo que así no se lo iba a llevar. Entonces el chico la mató por eso.
Y viene esta madre y se sienta a contar su historia. Y aquí se encontró con esta familia. La señora no sospechaba que la niña era trans. Nos dijo que se arrepentía de no haberle dado la oportunidad a su hijo porque sufrió mucho. El papá le pegaba, lo cogía a pata, lo insultaba, lo humillaba tanto que el chico se cansó y se fue. Luego los presentamos y ella vio a Luna jugando acá, divirtiéndose con el tablero, con siete años, escuchando la música y bailando. Eso le sirvió mucho a la señora para sanarse y para que los miembros de la familia de la niña se sintieran mucho más apoyados.
Cuando la gente ve a la niña y uno le cuenta que es trans, entonces pregunta: “¿Cómo así? ¿Ustedes están enfermas? ¿Cómo le hacen eso a esa niña? ¿Fue que la violaron?”. Nosotros sólo sabemos que esa es su identidad de género. Ella ni siquiera sabe de sexo ni de penetración. No sabe nada.
Johanna: Ella ni siquiera sabe del tema trans, sólo sabe que es una niña y ya.
Yoko: Es su identidad. Por eso, para nosotras ver todo eso interactuando acá fue algo super mágico que sucedió gracias a La Primavera Trans. La señora, la mamá de la chica fallecida, vino y pegó la placa donde asesinaron a su hija. De resto, estuvimos todas estas personas acá. Al principio yo estaba asustada, porque llovió mucho y había poquita gente. Pensaba que íbamos a hacer el oso y nos iba a tocar salir solas, pero después de que san Juan agachó el dedo y paró de llover, comenzó nuestra cuarta marcha en el horario establecido y con nuestros cuatro gigantes inflables rojos.
Fotografía - Photograph: Juan Pelos Ozico