Esta investigación ha tomado la forma de un corto documental que está en camino de ser publicado, pero también ha sido una serie de dibujos y pinturas. Surge de una pesquisa académica, bibliográfica, de fuentes históricas, y en últimas ha intentado ser una forma de pensar cómo mediar el encuentro que hemos tenido desde 2017 con la comunidad de Tanguí, en el Medio Atrato (Chocó). El germen de la investigación está contenido, en gran parte, en estas imágenes. Es una especie de retrato. Lo pienso porque siempre hay una vuelta a imágenes mías, a un archivo personal, en un intento por anudar varias ideas de estos últimos cinco o seis años.
Me interesa el archivo acá como una cosa que puede quedar. Se trata de proponer una disposición de materiales para posibilitar, a quien quiera tener una lectura más antojada, muchas conexiones. Entonces, más que ubicar las imágenes como una composición, ubico unas referencias.
Antes que nada, este acontecimiento, como proyecto de arte para la emergencia social, habla de la supervivencia en un contexto en el que hay que seguir cuestionando la lógica de las agencias del Estado, la cooperación internacional y las organizaciones no gubernamentales (ONG) que financian el arte comprometido socialmente. Lo anterior implica repensar las maneras en las que dichos formatos de investigación-creación se introducen en las nuevas industrias culturales que los mercaderes políticos, al igual que la gente que sabe hacer estrategias para medir impactos y manejar recursos, están usando para producir imágenes muy efectivas. Este tipo de programas culturales se inserta en aquellos lugares a los que el Estado quiere llegar con fuerza militar, más que todo. Este es, a grandes rasgos, el panorama del Chocó en los últimos años, donde el redoble de todas las fuerzas viene acompañado de la escalada paramilitar y la ocupación ilegal de tierras por parte de las Autodefensas Gaitanistas de Colombia (AGC).
La imagen primaria de san Jorge, esta iconografía del santo con la espada doblegando al demonio, y sus múltiples significados dentro de la cultura popular católica americana, es muy relevante en la investigación. En Colombia, no solo es el patrono de los negocios, sino también es el santo patrono de los soldados. San Jorge sufre una transmutación: en la versión más contemporánea le corta la cabeza a un diablo, pero en la primera versión medieval se la cortaba realmente a un dragón. El dragón, que es una forma muy cristiana del mal, tiene implicaciones adicionales en otras tradiciones:
El dragón es más como lo representan los chinos; es una imagen, una descripción de la fuerza vital esencial, el ki o el chi. Los chinos dicen que una imagen vale más que mil palabras y el dragón no es una excepción. El dragón no es la imagen que percibimos de un dragón, pero debido a que es algo tan difícil de explicar, una imagen funciona mejor que las palabras. El dragón es en el tao aquello que no puede ser descrito.
-Thomas Karlsson
Esta imagen de san Jorge ha sido, desde su iconografía, la génesis de
una pregunta que hace mucho me hice por primera vez: ¿por qué el plato cubano de fríjol con arroz se llama moros y cristianos? San Jorge se me aparece por un relato que cuenta que en la reconquista de la península ibérica, más o menos en el año 1100, cuando según la historia hispana los moros llevaban ocho siglos de ocupación, en Huesca los cruzados intentaron expulsarlos. En el campo de batalla apareció san Jorge y empezó a decapitar moros, lo que supuestamente aseguró la victoria. Esa batalla, la de Alcoraz, genera esta iconografía. Las cabezas de cuatro reyes moros se convierten en una referencia de dominación de ese nuevo poder español. La iconografía comenzó a ser el símbolo de la dominación sobre ese “mal”. Puse la carátula de un disco de Miles Davis que se llama Dark Magus, para acentuar la idea de esa lucha alquímica y mágica del mal contra el bien. San Jorge producía con su espada esta cabeza del dragón que termina siendo la cabeza de los moros.
Vale la pena tener en cuenta que dentro de la tradición iconográfica católica de occidente hay varias referencias a decapitaciones. La decapitación es, en sí, un trofeo militar. Por eso, de ahí en adelante me interesa poder ver esa iconografía de los moros e investigar cómo se ha insertado en un montón de lugares. Me ha llamado la atención una escultura de Hena Rodríguez en el Museo Nacional de Colombia, sobre la que se ha escrito, para la colección del museo y para su curaduría, que era para exaltar, que era un reconocimiento a la gente negra, pero nadie toma en cuenta un detalle: que cabeza de negra no era su título original (el cual ya es suficientemente controversial), sino que, según una placa en la base, se llamaba Esclavitud. Esta escultura, realizada en 1932, se ganó un Salón Nacional de Artistas, y de hecho ahora es muy estudiada; es más, se la incluyó en la exposición permanente del museo hace unos cuatro años. Es tremenda escultura, pues así no hay otra en Colombia, pero es de nuevo una actualización de esa forma iconográfica de la cabeza de moro. Volviendo a la imagen de san Jorge, esta aparece primero en el escudo aragonés, y de ahí en adelante la historia es larguísima; se vuelve un signo extremadamente político y llega por el Mediterráneo a la isla francesa de Córcega, después a Italia, luego sube hasta Alemania, y finalmente termina regada por todo el mundo. Partiendo del “arroz moros y cristianos”, y después de ver que en Colombia hay una receta que se llama “arroz de fríjol cabecita negra”, he tratado de encontrar más analogías y referencias a la cabeza de moro. He querido hacer su genealogía hasta llegar a la comida. Por ejemplo, encontré que hay un postre alemán denominado “Mohrenkopf”, que significa “cabeza de moro”, y en Francia existe una torta similar que se llama “tête-de-nègre”.
La cronología y las imágenes arquetípicas ayudan a dimensionar una historia del arroz en el Chocó. Más allá de eso —y antes de eso—, me han permitido situarlo en un espacio posible para la imaginación, para entender mucho mejor el sistema de cultivo, la cultura y la geografía asociados a estos saberes.
En esta dirección, explorar la historia del arroz ha sido entender que existe una tradición arrocera africana y después afroamericana en Colombia. Ha sido seguirle la pista a una especie de arroz que es la segunda especie más consumida en el mundo, además de que enuncia la historia del comercio triangular europeo entre Europa, África y América. Esta especie, llamada Oryza glaberrima, se cultiva en las riberas inundables de Mali desde hace más de tres mil años. Básicamente, una parte muy importante de las naves donde venían los esclavizados se destinaba a guardar arroz en grandes cantidades, para que todo el mundo comiera.
En esta historia del arroz, más que comprender la fase industrial, como commodity, empiezo a entender cómo desde el principio ha sido una fuente de subsistencia. Es lo que hablábamos de la supervivencia. Aún hoy, una libra de arroz quizás sea el alimento que está de primero en una canasta familiar básica.
Tal vez haya una relación no advertida entre el cultivo de arroz y ciertos ritos mortuorios. Hay una sugerencia en un grabado en la tierra de los sereres —en lo que hoy es Senegal, Gambia y Mauritania—, donde encima de las tumbas de la gente están puestos unos morteros. Quizás estas relaciones sean tan solo un gesto, una forma de aterrizar más allá del rito mortuorio, como el ademán que comparten el orador en un funeral celebrado en una plantación de arroz en Carolina del Sur y el maratonista etíope Abebe Bikila, cuando ganó la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Roma, en 1960, corriendo descalzo.
El músico Alfonso “el Brujo” Córdoba decía que el ritmo del son chocoano venía de escuchar a las pilanderas pilar y vetear el arroz, de la misma manera que aquellos carpinteros que, usando serruchos a dos manos, cogen el compás para serruchar. Estas referencias pueden ayudar a mantener ese sentido atento, a no perder la noción del cultivo del arroz como un complejo cultural, en el que el duelo lleva a volver la mirada siempre sobre un plato de arroz en el que se sirve la lucha de los mores y cristianxs.
Una anécdota. Yo fui a Cali a escribir sobre el Salón Regional Pacífico, que curó Yolanda Chois, y también sobre una exposición de Laura Campaz y Diego Mañunga en el Centro Cultural Colombo Americano. Entonces, cuando iba e el bus, entrando desde Palmira, la primera valla publicitaria —¡gigante!— era del Aguardiente Blanco del Valle, que decía: “Somos territorio blanco”. Y esto fue en abril, a muy pocos días del paro nacional llevado a cabo en 2021. Yo, que andaba con lo de la supervivencia alimentaria, me preguntaba cómo uno encuadra un problema cuando es realmente urgente. En Lugar a Dudas, el 1o de mayo, les propuse escribir en su valla, sobre la carrera octava: “No seremos blancos”. Ellos aceptaron, pero luego fui boicoteado. Uno no sabe para quién trabaja, ni sabe el hambre con la que el otro come .













