Estoy atrapada en el pasado. Pero ¿por qué estoy atrapada allí, cuando la mayoría de los terapeutas sugieren dejarlo ir y seguir adelante? Trabajo en el campo de la paleoecología, la ecología del pasado, que es una rama de la paleontología, y trato de comprender e imaginar paisajes antiguos, junto con los factores que impulsaron su evolución, usando el fósil de polen como mi herramienta principal. Sí, polen de flores; las microscópicas partículas blanquecinas y amarillentas que te hacen estornudar cuando hueles una flor. El mismo polvo que se esparce a través del aire y por el viento, y la razón de tus ojos rojos y la picazón en la nariz al pasar por un pastizal. Y lo que hace que tu ropa blanca se vuelva amarilla en las bodas.
Biológicamente hablando, el polen es responsable de transportar los gametos masculinos que conducen a la fertilización de las plantas con flores (Edlund et al., 2004). Todo esto es polen, y lo más importante, al menos para mí, es que se puede conservar durante millones de años. El polen, a pesar de su diminuto tamaño, está compuesto por uno de los biopolímeros más fuertes de la Tierra: la esporopolenina (Grienenberger y Quilichini, 2021), que permite la conservación de esas partículas durante largos periodos de tiempo. Los granos de polen también tienen formas y adornos específicos que nos ayudan a clasificarlos (figura 1). Se podría decir que cada planta tiene una firma de polen, lo que significa que una paleoecóloga como yo puede traducir el polen que se encuentra enterrado en los sedimentos e interpretarlo como vegetación pasada. Algunas personas podrían pensar que estoy interesada en material muerto, que devuelve a la vida instantáneas de entornos antiguos.
Figura 1. Granos de polen encontrados en ecosistemas andinos colombianos vistos mediante el microscopio óptico. De izquierda a derecha: granos de polen de Espeletia grandiflora (frailejón o gran monje) (400x); Espeletia grandiflora (frailejón o gran monje) (1000x); Quercus humboldtii (roble andino) (1000x). Alnus acuminata (aliso) (1000x).
Nuestro dinámico planeta ha sobrevivido a una serie de transformaciones a lo largo de su vida (ver, por ejemplo, Hace tiempo, de Jaramillo y Oviedo, publicado en 2017, acceso digital gratuito en Colombia); desde eventos geológicos y extraplanetarios, como placas tectónicas e impactos de meteoritos, hasta los cambios climáticos drásticos observados durante las recientes glaciaciones cuaternarias (últimos 2,58 millones de años; Head et al. , 2021). Estas fuerzas desencadenaron muchas interacciones bióticas y abióticas (es decir, extinciones masivas, levantamiento de montañas, cambios en el nivel del mar, etc.), que condujeron al estado actual de nuestro planeta. Pero ¿por qué es importante aprender sobre el clima y las condiciones ambientales del pasado de la Tierra? En pocas palabras, somos seres dinámicos y nuestro planeta nunca ha sido estático, por lo que el conocimiento de las fases de la Tierra a lo largo del tiempo puede ayudar a evaluar el estado actual de los espacios que habitamos.
Se esperan variaciones en las condiciones ambientales, climáticas y geológicas a lo largo del tiempo. Así mismo, uno esperaría que los organismos reaccionaran de manera diferente a estas condiciones. Comprender los procesos de la Tierra y la forma en que funcionan los ecosistemas a lo largo de diferentes escalas de tiempo puede ayudarnos a administrar y utilizar adecuadamente nuestros recursos, pues al final, esta información puede ayudar a inferir y proyectar escenarios plausibles para el futuro del planeta.
El verdadero desafío es determinar cómo los organismos vivos encararán las transformaciones extremas que enfrentará la Tierra —y de hecho ya enfrenta— en el futuro (IPCC, 2021), incluidos los efectos negativos inducidos por actividades antropogénicas, como el aumento de los niveles de CO2 y las transformaciones de la superficie terrestre y los océanos, teniendo en cuenta que ya se están produciendo grandes cambios que han superado los procesos geológicos naturales (Tierney et al. , 2020).
En Colombia, un ejemplo podría ser el papel del páramo y sus servicios ecosistémicos. Los páramos, que cubren apenas el 1,7 % del territorio colombiano (Hofstede et al., 2014), abastecen de agua al 70 % del país. ¿Qué pasará, entonces, si continuamos aplicando los mismos procesos agroindustriales a estos ecosistemas (es decir, expandiendo los campos de papa a mayores altitudes)? ¿Qué sucederá con los aumentos de temperatura que se suman a los efectos de estas prácticas nocivas? Es seguro que conducirán a una catástrofe, ya que millones de personas dependen de estos ecosistemas tan vulnerables. Y eso por no hablar de su composición florística, que puede desaparecer en las próximas décadas si no actuamos ahora (Diazgranados et al., 2021 y bibliografía al respecto). La diversidad y el endemismo que se observan actualmente en los páramos son el resultado del aislamiento y la expansión que tuvieron lugar durante las glaciaciones del pasado, hace unos 2,6 millones de años (Flantua et al. , 2019), y lo que vemos hoy es un mero remanente de esos procesos. El conocimiento de los estados ecológicos pasados de estos ecosistemas, junto con datos ecológicos recientes, puede ayudarnos a evaluar los efectos del clima y los humanos en escenarios futuros (Diazgranados et al., 2021).
En razón de que no poseemos archivos fotográficos o películas —ni siquiera percepciones— de nuestro planeta de los últimos cientos a millones de años, los registros geológicos son nuestra principal fuente para evaluar las condiciones anteriores de la Tierra, mediante el análisis de los registros de sedimentos. Hay muchas herramientas para evaluar registros geológicos y científicos de muchos campos que contribuyen a estos hallazgos (geología, paleontología, paleoclimatología, arqueología, etc.). Quizás el más conocido sea la paleontología, un campo que en Colombia está creciendo exponencialmente (Jaramillo y Oviedo, 2017). También es importante señalar aquí el enorme valor de los historiadores, así como de otras disciplinas, que trabajan para desentrañar el pasado por otros medios y tiempos. Al final, todo nuestro trabajo va encaminado a un mismo objetivo: mantener el pasado presente.
Sin embargo, antes de que podamos discutir sobre la vegetación pasada, debemos elegir un marco de tiempo y una escala. La historia de las plantas en la Tierra es bastante larga, tan antigua como unos 300 millones de años (Morris et al. , 2018), por lo que los especialistas trabajan en periodos específicos; en mi caso, el Cuaternario (últimos 2,58 millones de años), una elección que me parecía tan buena como cualquier otra. Una vez elegido un periodo, para poder reconstruir la vegetación pasada en un lugar determinado del mundo, necesitamos localizar los depósitos de polen que se han ido acumulando en forma constante a lo largo del tiempo, con pocas perturbaciones.
Los lagos son el mejor lugar para encontrar no solo polen bien conservado, sino también otros tipos de proxies (herramientas de diagnóstico), como diatomeas, sedimentos (arena, arcilla, limo, etc.) y carbón vegetal, por nombrar apenas algunos. El polen, transportado por el viento, los animales o las corrientes de agua, se deposita en el agua y se acumula junto a sedimentos de distinta procedencia, para luego iniciar su proceso de fosilización; por lo tanto, se espera que el polen depositado en los sedimentos más profundos sea más antiguo que el que se encuentra más cerca de la columna de agua. Después de caracterizar estos sedimentos, podemos reconstruir su pasado. Cabe mencionar que cuantas más herramientas se utilicen para estudiar el pasado, mejor serán nuestra caracterización y nuestra comprensión. Los fósiles de polen son solo una de muchas herramientas.
También puede preguntarse cómo recuperamos el polen almacenado en los lagos. Esto se hace mediante el uso de sistemas de perforación que ayudan a extraer los sedimentos. Posteriormente, utilizamos mallas y productos químicos para extraer el polen (Faegri e Iversen, 1989). Después de retirar 0,5 cm3 de sedimento a una profundidad determinada, básicamente limpiamos la muestra de todo y nos quedamos solo con el polen conservado. A continuación, las muestras se cuentan con un microscopio.
Generalmente, nos encontramos con un universo de miles de partículas con diferentes formas y tamaños, que al final nos dirán qué tipo de plantas crecían en el pasado. Esta rutina es bastante sencilla; usted cuenta y separa las formas de polen (señalando distintos tipos de vegetación) para cada profundidad que haya muestreado. Al final, construimos “diagramas de polen” que nos ayudan a entender la dinámica en el tiempo (ver, por ejemplo, Gómez et al., 2007; Muñoz et al., 2017, o Jaramillo et al., 2021, utilizando otras herramientas).
Sin embargo, como mencioné antes, para una historia más precisa usamos herramientas adicionales, conocidas como proxies. Una de estas herramientas, la datación, es crucial para determinar el marco temporal y se puede hacer utilizando diversos enfoques. Dependiendo de la escala de tiempo en la que esté trabajando, se pueden utilizar distintas técnicas de datación, como la datación por radiocarbono, la datación por luminiscencia, la datación por plomo, etc. La aplicación de estos enfoques nos da la edad de los sedimentos del lago a profundidades específicas y, por lo tanto, la edad en que esas plantas crecían en el área de estudio.
Ya se han llevado a cabo numerosos estudios paleoecológicos en Colombia, y no es mi intención explicarlos aquí. ¡Espero que se sienta inspirado para profundizar más! No obstante, señalaré que se necesita mucha más investigación, sobre todo investigación por parte de colombianos, para comprender por completo nuestros ecosistemas.
Curiosamente, después de que comencé a escribir este texto y empecé el viaje de explicar el pasado por medio del polen y los registros geológicos, me di cuenta de que no tenía idea sobre el pasado del lugar donde nací. He estado explorando el pasado de otras regiones tropicales, pero nunca el de mi tierra natal, Colombia, un país de historia y vidas olvidadas (#nosestanmatando). Entonces comencé a pensar en Sogamoso, la ciudad donde nací, y me pregunté cómo se convirtió en el lugar que es ahora y qué pasará con él en el futuro.
Ubicado en el departamento colombiano de Boyacá, Sogamoso se encuentra en un valle de la cordillera Oriental de los Andes, ahogado por el polvo industrial y el humo de los chircales (figura 2), los hornos utilizados para fabricar ladrillos. Sorprendentemente, el término chircales proviene del árbol que se cortaba para producir el fuego en estos hornos durante la época colonial (Molina Prieto, 2010). La planta (Baccharis latifolia) también se conoce como chilco (ver nombres comunes de la flora colombiana en Bernal et al. , 2017) http://www.biovirtual.unal.edu.co/nombrescomunes/) y rara vez se ve en la zona hoy en día.
El Sogamoso donde crecí era industrial. Para bien o para mal, los cerros que la rodeaban estaban repletos de minerales que atraían a las industrias ladrillera, cementera y siderúrgica. Sin mencionar que el área está dominada por especies no endémicas, como eucaliptos, acacias y pinos, plantados originalmente durante el periodo colonial. La presencia continua de estos árboles en el paisaje indica el conocimiento supremamente limitado de la población local sobre la flora nativa (aunque difícilmente puedo quejarme de que las personas no sean conscientes de su propio entorno, pues ¡yo era una de ellas!) .
Figura 3. Vista panorámica del lago de Tota.
Figura 2. Valle de Sogamoso. En el fondo de las fotos de la fila superior, se están minando las montañas activamente en busca de minerales. Las fotos de la segunda fila muestran vegetación y chircales en las afueras de la ciudad.
Las calles de Sogamoso están, en su mayoría, llenas de baches, y los parques de la ciudad están pavimentados con cemento y llenos de excrementos de perros callejeros. Si me pidieran que describiera la ciudad, simplemente diría “polvo”. Como fósiles de polen, polvo muerto. Sin embargo, al igual que con el polen, Sogamoso podría volver a imaginarse, reconstruirse y deconstruirse. Lo que necesitamos es que las personas sean más conscientes de su entorno. Hay varios complejos de páramo cerca de Sogamoso, con pequeños lagos a la espera de “hablar”, sin mencionar el lago de Tota, el lago más grande del país, que ha sido altamente impactado por los humanos y las prácticas agrícolas nocivas (figura 3).
Suamox, o la morada del Sol, fue el nombre que le dieron a este lugar los muiscas, antiguos habitantes de la región. Aunque conozco poco sobre ese asentamiento indígena, sí sé que lo construyeron, a diferencia de su contraparte moderna, en las colinas que rodean el valle, como un centro religioso (Langebaek, 2019; Museo Arqueológico Eliécer Silva Celis-Sogamoso). Actualmente, se puede visitar una reconstrucción de un “templo del sol” en el Museo Arqueológico de Sogamoso; sin embargo, hay poca información sobre el clima, el medio ambiente y la vegetación que crecía en las montañas y el valle en ese momento. ¿Había bosques de Quercus (roble) o Alnus (aliso) en el área, o crecía algo completamente diferente allí? ¿Cuándo se sembró maíz por primera vez en esta región y cuáles fueron los principales productos agrícolas? ¿Fue el valle un pantano, un lago o una llanura aluvial en algún momento?
Si bien muchas de estas preguntas siguen sin respuesta, es posible que los arqueólogos y geólogos que trabajan en la región ya hayan abordado algunas de ellas, y es necesario revisar su trabajo para comenzar una evaluación del pasado de esta región andina. En cualquier caso, me imagino un lugar menos perturbado, menos contaminado que en el que vivimos hoy. Uno en el que fuera posible, como mínimo, respirar más oxígeno que esmog, por ejemplo. Sin embargo, no pretendo dar a entender que las sociedades humanas del pasado fueran más cuidadosas con la naturaleza; de hecho, antes de la Conquista española, las prácticas sociales y culturales de los humanos también impactaron el territorio (por ejemplo, Aceituno et al., 2013).
Me limitaría a llamar la atención sobre el incremento de la huella humana, especialmente durante las últimas décadas, y preguntarme cómo el clima influyó en la dinámica de la vegetación en Suamox y Sogamoso, y si es posible entender cómo el clima afectó a las sociedades pasadas de la región. Así mismo, es clave estudiar los efectos de las perturbaciones ocasionadas principalmente por las transformaciones humanas. Por supuesto, muchas otras preguntas también podrían responderse en un estudio de esta naturaleza y, por lo tanto, es importante involucrar a más personas, en particular a la sociedad civil. El trabajo debe abordarse desde una perspectiva sinérgica.
Es difícil en este punto proyectar el futuro de Sogamoso basándose únicamente en estudios del pasado, ya que todavía están por hacerse. Sin embargo, debido el ritmo al que vivimos actualmente y al uso de los recursos de la ciudad, estamos seguros de que pronto estaremos luchando con la pérdida de diversidad, la mala calidad del aire (que ya es un problema)
y los recursos hídricos limitados. La ciudad, sin duda, se verá afectada por los aumentos de temperatura, puesto que las áreas verdes se pavimentan o remplazan con cemento. Por muy pesimista que parezca, estas cosas pueden reducirse drásticamente y aumentar nuestra conciencia sobre el medio ambiente.
Como se puede adivinar al leer la parte introductoria de este texto, creo que ahora es el momento de buscar lagos o sistemas lacustres que contengan la dinámica de esos paisajes antiguos. Con suerte, lo que encontremos ayudará a construir un futuro mejor para la región (figura 3). Hay muchas ciudades, pueblos y villas como Sogamoso que hay que redescubrir (y no solo ambientalmente, como suelo hacer).
Espero que este texto te haya hecho más familiar con el polen, pero también un poco más consciente de tu entorno, y que hayas comenzado a preguntarte sobre el pasado de donde sea que estés leyendo esto.
Agradecimientos
Al historiador Ricardo Plazas, por compartir referencias literarias relacionadas con Sogamoso y el pueblo muisca. Camilo Saldaña, por sus consejos lingüísticos y discusiones.
Referencias
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